miércoles, 17 de junio de 2009

Hazte la fama...


Siguiendo con esta terapia catártica que me ha recomendado el doctor, esta vez voy a hablar de dos clases de individuos que, si bien son muy diferentes entre sí, a través de su peculiar y molesto comportamiento logran el mismo objetivo: que todos los que están a su alrededor se adapten a ellos. Se trata de personajes que, por su particular condición, se han ganado una fama, han sacado una especie de “patente”, por decirlo de alguna manera. Y esa “chapa” que ostentan, consciente o inconscientemente los lleva a gozar de ciertos privilegios entre su grupo familiar y de amigos, los vuelve intocables. Me estoy refiriendo a los cabrones y los vagos.

CARÁCTER DE MIERDA
El llamado "cabrón" es un tipo malhumorado, intolerante, impaciente, desconfiado, inconformista, gritón y potencialmente violento. Y digo “potencialmente” porque nunca se sabe si en algún momento puede llegar a apelar a la agresión física para imponer una idea o castigar un error ajeno. Es un misterio y, a veces, lo usa a su favor. Es como el país que tiene la bomba atómica; capaz que nunca la piensa usar, pero la tiene.

El cabrón atemoriza, intimida, impone, condiciona. En el fondo suele ser bonachón, pero su carácter irascible hace que cada decisión que se tome en su entorno necesite su visto bueno. Para que no se enoje, para mantenerlo de buen humor. Caso contrario, preparémonos para aguantarlo.
A este sujeto hay que ocultarle las malas noticias. O en su defecto procesárselas, esperar el momento, la hora, la conjunción de los planetas... Porque no se sabe cómo va a reaccionar. Si, por caso, el cabrón es tu marido, ¿cómo le decís que le rayaron el auto, que aumentaron las expensas, o que para la cena de Navidad se enganchó la tía Dorita? Si fuiste a sacar entradas para ir al cine con la cabrona de tu novia, ¿cómo le comentás que no conseguiste para la peli de amor que ella quería? Si esperás a tu amigo cabrón en la puerta de un restaurante, ¿cómo le avisás que hay 45 minutos de demora? Si el cabrón es tu compañero de fútbol, ¿cómo le comunicás que el arquero hoy no viene porque se levantó con fiebre? Si te tocó la compra del asado para el domingo, ¿cómo le decís al cabrón de tu cuñado que no conseguiste tira? Es jodido, porque el cabrón no analiza. Reacciona sin pensar. Es de esos que asesinan al cartero porque les trajo una mala noticia.
Y no es aconsejable caer en la táctica del ocultamiento, porque a la larga resulta peor, porque termina enterándose de las cosas por otro. Y quedás para el culo, porque no se lo contaste, o se lo contaste mal.
Conclusión: hay que tomar valor y decirle las cosas como son. Y si no le gusta, que se joda. Al fin y al cabo el problema es él.

TRABAJÁS, TE CANSÁS, QUÉ GANÁS(1)
El vago casi no necesita presentación. Los hay en todos lados; en el trabajo, en la familia o en el grupo de amigos. Es irresponsable, ventajero, cómodo, mentiroso y sobre todo hábil. Hilando un poco más fino se podría decir que hay dos tipos de vagos, el consciente y el caradura. El primero sabe de su condición y se aviene a una suerte de ley de las compensaciones: no reclama nada de los demás porque sabe que al primer cacareo lo bajan de un hondazo. El segundo es detestable; ve que sus amigos invirtieron tiempo y horas de laburo para organizar el viaje a Europa, y protesta porque el hotel no tiene vista a la torre Eiffel.
En el ámbito laboral el vago es nocivo para sus compañeros. “Encargale el trabajo al que más trabajo tiene si querés que te lo haga”, me dijo una vez uno de esos filósofos de la vida. Y es una gran verdad. Asignarle una misión al vago es riesgoso: no sabés cuando lo va a hacer, si lo va a hacer ...y ni hablemos si lo va a hacer bien. Por eso le encomendamos la tarea al laburador, al responsable, que, por supuesto, termina odiando al vago.
En el ámbito social el vago también suele hacer de las suyas. Ante un asado o una comilona jamás pregunta qué hay que llevar o hacer. “¿Dónde y a qué hora hay que estar?”, es todo lo que le interesa. Y generalmente es de llegar tarde, cuando ya está todo cocinado. A ver si todavía lo enganchan para algo. Lo mismo ocurre frente al cumpleaños de un tercero: el vago jamás se va a ofrecer para comprar el regalo. De eso se encargan los giles de sus amigos. "Che, ¿no había de otro color?", te va a decir cuando vea esa chomba que compraste después de perderte toda una tarde en el shopping. Para enmascarar su comportamiento, a veces el vago se muestra también como un gran vendedor de humo: se inventa tareas inútiles para que los demás vean que está haciendo algo. Y claro, esto lo hace una vez, lo hace dos veces... a la tercera lo querés acogotar.
“Fulanito es así, a esta altura no lo vas a cambiar”, suelen decir los más indulgentes. Y está mal. Le están haciendo el juego al vago. Eso es lo que quiere, que no lo cambien. En algún momento hay que romper ese círculo vicioso. De alguna forma hay que quebrar ese status quo que favorece el accionar del vago y confina a la resignación a los que trabajan y se calientan. Y no es tan difícil lograrlo; sólo se necesita una pizca de humor, creatividad y decisión.

Así es, chicos; el vago y el cabrón están entre nosotros y hay que aprender a convivir con ellos. Seguramente a lo largo de estas líneas, muchos de ustedes habrán reconocido a más de un amigo, familiar o compañero de laburo ...o a lo mejor a ustedes mismos. Quien te dice...
Yo termino de escribir esto con la conciencia tranquila. Ante este tipo de denuncias, siempre me amparo en el viejo y famoso dicho “al que le quepa el sayo, que se lo ponga”. Qué joder.

(1) Frase del célebre Minguito Tinguitella, entrañable personaje interpretado por Juan Carlos Altavista.

1 comentario:

LosSimpsons dijo...

esta muy bien tu blog
jajajaj
XD
y mu graciosos los dibujos de este artículo