lunes, 22 de octubre de 2007

Los Diez Mandamientos de una telenovela


Lo digo sin anestesia: me rompen las pelotas las telenovelas, me ponen de la nuca, me exasperan. Durante esos 60 minutos siento que se me cagan de risa en la jeta. Y aunque trato por todos los medios de evitarlas, causas de fuerza mayor (cenas en familia, etc, etc.) hacen que tenga que tragarme capítulos enteros del culebrón o el engendro costumbrista de turno.
Me gustaría presenciar algún curso de guionista de telenovela. Aunque no para escribirlas, que no se malinterprete, sino para corroborar cómo los siguientes ítems se transforman en leyes ineludibles a la hora de darle vida a una de estas pesadillas televisadas.

1) Embarazos. No deben faltar en cualquier culebrón que se precie. Y al por mayor. Son para el guionista lo que el bisturí para el cirujano o el pincel para el pintor. Es el arma que usa la "mala" cuando su galán está por echarle flit. En cuanto ve que el ñato ya está "picoteando" en otro lado... ¡¡paf!! queda preñada. Claro, y el tipo, que es un pan de Dios, promete volver a su lado para hacerse cargo del niño. Y qué tendrá que ver el chancho con la Teoría de la Relatividad, ¿no? Puede darle el apellido, mantener a la criatura, pero de allí en más no tocar a la supuesta madre ni con un chorro de soda. Tampoco es un obstáculo para la trama si la conflictuada pareja en cuestión jamás alcanzó a tener sexo. La villana aprovechará -o provocará- una curda negra del pobre muchacho para hacerle creer que pasaron una noche de pitos y matracas. ¿Y cómo se inventa un embarazo? Muy fácil; la pérfida siempre tendrá contactos con algún ginecólogo inescrupuloso que truchará los análisis, y al que denunciará por abortos secretos o tráfico de bebés, si llegara a retobarse. Porque la mala sabe todo de todos.

2) Conductas maleables. De un día para el otro los buenos pueden volverse malos y los malos, buenos. La tímida, virginal y querible señorita de los comienzos de la tira puede en poco tiempo fingir un embarazo si se le pudre el estofado, asfixiar con una almohada a su archienemiga si la cosa se le recula cada vez más, tener en la agenda el teléfono de 2 ó 3 killers para mandar a cepillar a alguien, exhibir un entrenamiento de combate digno de un Navy SEAL, o interrumpir un casamiento munida de un cinturon de granadas, si la situación ya se le fue de las manos. ¡Ah! y después de todo eso puede redimirse e ir corriendo a donar sangre para su rival, que resultó ser su hermanastra. Enigmas de la psicología.

3) Protagonista preso. Al menos una vez a lo largo de toda la tira el galancete debe caer en cana. Por un hecho que no cometió, por una cama de su rival, por un malentendido, por un escándalo en la vía pública o por lo que fuera.

4) Protagonista herido. Al menos una vez mientras dure el culebrón, el chico bueno de la historia debe ligarse un balazo. Puede ser a causa de la furia de algún enemigo o por cubrir con el cuerpo a un ser querido. Y a pesar de que San Pedro lo invitará insistentemente a compartir unos mates allá arriba, el joven volverá sin rasguños al mundo de los vivos.

5) Pérdida de memoria. Al menos una vez a lo largo del folletín, el galancete o la heroína debe perder la memoria. Por un golpe, por un susto o porque encontró a su padre soplándole la quena al jardinero. La irá recuperando con el correr de los capítulos, no será algo permanente. Pero, claro, reconocerá a todo el elenco -incluido a Manolo, el almacenero de la esquina- antes que a su ser amado. Enigmas de la medicina.

6) Accidentes. De ninguna manera debe faltar la clásica y remanida escena "personaje-que-escapa-corriendo-después-de-una-discusión-y-al-cruzar-la-calle-lo-revolea-un-auto".

7) Enfermedades fingidas. Y si el accidente mencionado arriba lo sufrió el malo o la mala, tampoco puede faltar la parálisis fingida. Funciona a la perfección para retener al ser amado. ¿Quién se anima a abandonar a una persona que quedó postrada en silla de ruedas? ¿Quién se anima a abandonar a una persona a la que le diagnosticaron -falsamente, obvio- 2 meses de vida? Y seguramente habrá alguien que involuntariamente descubrirá tales engaños, pero tendrá que callar porque, ¡oh, casualidad! el malo o la mala conocerá algo importante sobre ese personaje que lo mantendrá con la boca cerrada (sabrá que es gay, que fuma porros a escondidas, etc.).

8) Distorsión del tiempo y las distancias. En las telenovelas, las grandes ciudades deben reducirse a guetos imaginarios de 2 x 2. No existen Núñez, ni Lugano, y menos que menos Berazategui o Morón. ¿Y si no cómo se explica que todos lleguen a todos lados en lo que dura una tanda publicitaria? Al dentista, al country, al hospital, a la oficina, al shopping, a la casa de sus amigos, a la terminal de ómnibus, al aeropuerto...

9) Don de la ubicuidad. El malo es como el perrito Droopy, está en todos lados. Puede escuchar una conversación vital a través de una puerta entreabierta en la oficina, al rato presenciar un beso en la calle mientras se oculta detrás de un árbol, y al toquecito nomás encontrar una carta clave que dejaron olvidada sobre la mesa en casa de su padrastro. Porque las cartas y los documentos claves siempre deben dejarse al alcance del villano. ¿No lo sabían? Vayan anotando.

10) Exceso de tiempo libre. Escena típica: suena el timbre de un departamento (raro, porque hoy en día, por seguridad, todo el mundo tiene que ir a abrir a la calle), una chica abre la puerta y se encuentra sorprendida con su rival. "Vengo a decirte que dejes tranquilo a Martín", le espeta esta última con el rostro desencajado de ira. Y acto seguido se va. A no ser que sean vecinas, no me imagino a alguien cruzándose ida y vuelta la ciudad en colectivo o gastándose una fortuna en un taxi, sólo para algo que podría haber solucionado en 5 minutos y por teléfono. Y más aun: ¿vieron que nadie labura? Están todo el día tomando mate y visitándose unos a otros. ¿Cómo hacen? ¿Piden el día? ¿Viven de rentas? ¿Reciben planes?

11) Coincidencias. Todos deben ir al mismo hospital, al mismo cine, al mismo restaurant y al mismo boliche. ¿Y si no cómo se encuentra el galán con su ex, quien esa noche "justo" salió con otro? Los besos apasionados y las efusivas muestras de cariño tampoco escapan a esta especie de Ley de Murphy folletinesca. Siempre serán presenciados por quienes no deben verlos.

12) Inexistencia de restricciónes hospitalarias. Siempre hemos creído que a Terapia Intensiva apenas pueden entrar a verte tus parientes más cercanos y en horarios puntuales. En las novelas no corre, olvidate; puede entrar cualquiera, a cualquier hora, inclusive para asesinarte. Eso sí, con traje de médico, enfermero o policía, y no pregunten cómo carajo lo consiguió.

13) Aprovechamiento de las puertas. La mirilla de las puertas es un gran invento, pero en las novelas se usa parcialmente; sólo miran a través de ella cuando el que toca el timbre es amigo. Si el visitante es el cruel villano, el protagonista abre directamente sin mirar ni preguntar. Es que se cae de maduro, si acercara el ojo para ver quién es, no le abre y se derrumba la trama. Ah, y me olvidaba: cuando alguien le confiese a otro un gran secreto la puerta debe estar entreabierta. Así escucha el malo, que justo estaba en la habitación o en la oficina de al lado.

14) Celulares. Qué invento, los celulares. Qué invento, los mensajes de texto. Antes los personajes debían ir hasta el living para atender el teléfono. Hoy en día lo pueden hacer en el auto, en la ducha, o sentados en el inodoro. Es extraordinario porque el protagonista lo puede perder en cualquier momento y caer en manos de cualquiera. Bah... de cualquiera no; ojalá cayera en manos de algún caco que lo hiciera guita en la calle Libertad. Allí hay información vital: lugares y horarios de encuentros, advertencias, declaraciones de amor... Ah, y se pueden mandar mensajes maliciosos haciéndose pasar por el dueño del aparato. Genial. Dénme un celular ajeno y moveré el mundo.

15) Sagacidad limitada. Todos los protagonistas centrales de la novela deben ser vivos para resolver problemas de los demás pero no para solucionar los propios. Ante una evidencia más grande que una casa, siempre prefieren creerle al que los tiene engañados. Y por supuesto, son los últimos en enterarse de todo. 

16) Generación espontánea de personajes. A mitad de la novela puede aparecer un padre perdido, una madre, un hermano, que curiosamente nunca nadie mencionó en ningún momento. La vida de algunos protagonistas transcurre al revés de lo normal: nacen de un repollo y a lo largo de la tira van recolectando parientes.

17) Intuición forzada. Con solo verle la cara al otro o escuchar su voz por teléfono, los protagonistas sabrán que algo gravísimo está pasando. "Te escucho raro, ¿les pasó algo a los chicos?", adivinará una mujer, a pesar de que su disimulado marido, para no alarmarla, le habló con voz neutra.

Bien, mis queridos amigos, si alguno está pensando en hacer un curso de guionista de telenovela, adelante, los debe haber muy buenos. Aunque modestamente creo que con esta introducción ya podrían empezar a escribir alguna cosita. Para otra ocasión me ocuparé de las frases hechas, de los lugares comunes, de los lenguajes vulgares y demás muletillas que inundan la pantalla chica. Solamente recuerden una máxima que se me acaba de ocurrir ahora mismo: "el argumento de una telenovela es como una valija repleta antes de un viaje, si no cierra por las buenas ...¡¡hay que cerrarla a las trompadas!!".

viernes, 15 de junio de 2007

¡¡¡Gracias Ramón!!!

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SAN LORENZO DE ALMAGRO

CAMPEON TORNEO CLAUSURA 2007

El polvo puede esperar

Un poco de recuerdos no viene mal...

Corría el lejano 1979. Yo tenía por entonces 18 años, y hacía mis primeras armas tenísticas representando al Club de Empleados de Seguros, ubicado en la localidad bonaerense de Moreno.

Un día del mes de julio, el secretario de deportes me atajó en el medio del restaurant del club para darme una agradable e inesperada noticia: había sido elegido, junto a 3 jugadores más, para disputar una especie de match desafío en la ciudad de Mar del Plata. Considerando que apenas si me daba la cara para jugar un interclubes, me sentía como si hubiese sido convocado para la Davis. No cabía en mi cuerpo. La fecha del evento sería el fin de semana largo de agosto, y junto a nosotros viajarían las delegaciones de unos cuántos deportes más.
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Durante los días previos al viaje nos fuimos enterando que nuestros rivales, como en las demás disciplinas, serían también empleados o gente relacionada con el gremio de Seguros de Mar del Plata. Mi fantasía tenía una imagen bien concreta: jugar en el court central del Club Náutico de Mar del Plata, allí donde se inició el gran Guillermo Vilas, mi ídolo máximo y al cual le copiaba desde peinado y vestimenta hasta su forma de jugar. Me imaginaba calzándome la vincha y pegando zurdazos con top-spin ante la admiración de propios y extraños. Era como si un humilde sacerdote de pueblo vislumbrara la posibilidad de dar misa en El Vaticano. Y en realidad esto era un simplismo de mi parte; como si no supiera -o no quisiera saber- que en "La Feliz" existían otros reductos de polvo de ladrillo, menos exclusivos y más acordes a lo doméstico del match. En fin, cosas de adolescente ilusionado.
Viajamos en micro chárter hasta "La Perla del Atlántico" y nos alojamos en uno de los hoteles que el gremio de Seguros tiene en Punta Mogotes. Mis compañeros de tenis eran Gustavo, Javier y Néstor. Los dos primeros eran más o menos de mi edad, y el último algo más veterano. Con Gustavo teníamos cierta amistad y formábamos una pareja de dobles casi imbatible.

Al llegar el ansiado día del partido, nos cargaron en el micro y, junto al resto de las delegaciones, partimos nerviosos rumbo a nuestro compromiso. El vehículo tomó rápidamente la costanera Martínez de Hoz y enfilamos hacia la zona del puerto, o sea, hacia donde estaba -y está- el club Náutico.
Pero al Náutico lo pasamos de largo.
"Che, ¿a dónde nos llevan?", les pregunté a mis compañeros, algo confundido. "Ah, ahora caigo... primero deben llevar a las otras delegaciones y después vuelven a dejarnos a nosotros", habré explicado esperanzado. Lo único que sé es que el micro se metió en pleno centro de Mar del Plata y comenzó a dar vueltas hasta marearnos.
Cuando no quedaba ya calle sin conocer nos detuvimos frente a un edificio con pinta de cualquier cosa menos de club de tenis.
"¡Los de teniiiis...! ¡Abajoooo!", se escuchó desde adelante. Reinaba una mezcla de incipiente desazón y misterio.
Entramos al edificio con bolsos y raquetas y nos metieron en un ascensor. ¿Una cancha de tenis en la terraza, tal vez? ¿Algo como lo que harían 25 años más tarde Agassi y Federer en el Burj Al Arab de Dubai?
El ascensor se detuvo en el segundo o tal vez en el tercer piso, ya no recuerdo. Bajamos y enfilamos hacia una especie de gimnasio cerrado con piso de parquet, y las consabidas canchas de voley y básquet dibujadas sobre él. Pero el enigma terminó de develarse cuando vimos a un par de tipos pintando encima una tercera cancha:
¡¡¡¡LA DE TENIS!!!! Y lo más insólito aún: al vernos llegar, los "pintores" largaron la brocha gorda y, con las manos un poco manchadas, se presentaron... ¡¡¡como nuestros rivales!!!
Con las ilusiones deshechas y la pintura todavía fresca, salimos a jugar el primer dobles Gustavito y yo. Pelotear sobre esos listones de madera lustrada era imposible. La pelota, al picar, se mandaba tal patinada que impedía adivinar su trayectoria posterior. Cada raquetazo revoleado al aire nos hacía sentir extremadamente torpes y tiraba por la borda largos años de frontón y entrenamientos. Como se dice en la jerga tenística, era un partido para "saque y volea". Lástima que, en
mi caso, sólo me acercaba a la red al final y para dar la mano. Nuestros rivales tenían un estilo bastante rudimentario, pero parecían haberle encontrado la vuelta a la superficie. No me extrañaría que hubiesen estado practicando antes de que llegáramos, los muy pícaros.
Un partido que, en polvo, hubiésemos resuelto con un relajado y categórico 6-1/6-1, terminó también en victoria nuestra, pero con un apretado y trabajoso 6-4/6-4. No tuvieron la misma suerte luego Javier y Néstor, quienes perdieron ahí nomás con otros dos "especialistas en parquet".

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De esta manera culminaba nuestra aventura deportiva en Mardel. Dejando de lado lo tenístico, aquellos tres días fueron inolvidables: el viaje en micro, los momentos con amigos, la camaradería, las salidas, las noches en el hotel... Mi ilusión de jugar en el Náutico quedaba finalmente desterrada, pulverizada; aunque haciendo un racconto de todo lo que me dio luego el tenis a lo largo de los años, creo que no hubiese sido tan importante.

martes, 3 de abril de 2007

Los nuevos "okupas" de la tele


Hace un mes regresé de otra de mis vacaciones en el Sur. Dos semanas y media respirando naturaleza en su estado más puro y recorriendo lugares donde no hay autos, no hay colas, no hay ruidos, no hay caras de orto, no hay insultos, no hay chorros, no hay frivolidad, y no hay basura tirada en las esquinas, entre los males que recuerdo. Solo arroyos, senderos, bosques, lagos, y amables pobladores que demuestran que se puede vivir sin celulares, sin Internet, sin diarios, sin gas y sin electricidad (y por ende sin televisión).
Y no sé si será por la cercanía aún de esta hermosa y placentera experiencia, que desde que retorné a la ciudad todo me molesta. Absolutamente todo. Empezando por la televisión. Empezando por Gran Hermano.
Aunque en realidad voy a ser justo con esa selección de iluminados que están -y estuvieron- encerrados allí adentro: no me molestan ellos sino todo lo que pulula alrededor. Porque, en definitiva, es un programa de televisión, y basta oprimir el control remoto para que estos adolescentes tardíos desaparezcan de mi vista.
Y entre lo que da vueltas en torno a Gran Hermano las palmas se las lleva, por lejos, el llamado "Debate". Porque si hay algo más insólito que mostrar la nada, es debatirla. Allí tenés que escuchar a un (ex) intelectual diciendo muy serio que "fulanita no le prestó la pasta dentífrica a menganita porque sicológicamente expresa no sé qué cosa", o a una periodista asegurando que "menganito está haciendo bien 'su juego' porque al seducir a fulanita logra no sé que otra". ¡Mamita querida! Y bueno... hay que comer, los entiendo... Por suerte me queda una luz de esperanza: todavía no vi prendidos en tan particular intercambio de ideas a Martín Caparrós ni a Beatríz Sarlo.
Y vos hablás con tus amigos y conocidos y nadie lo ve, ¿eh? Ojo. Pero resulta que el programa orilla los 40 puntos de rating. Me hace acordar al "innombrable": ¡¡nadie lo votó y nos rompió el culo durante 10 años!! Para mí la explicación es sencilla: el programa genera algún tipo de adicción, de curiosidad morbosa, pero al mismo tiempo parecería que verlo avergüenza.
¿Y yo dije, una líneas más arriba, que bastaba con cambiar de canal para que GH desaparezca? Me retracto, no es tan fácil. Pongo al siempre ácido Beto Casella y me decepciona haciendo un "análisis" de GH. Huyo en violento zapping hacia América y el buen programa de la Fabbiani ya resulta un liso y llano "noticiero" de lo que pasa en "La Casa". Cicioli habla de GH. Pettinato habla de GH. Clarín escribe sobre GH. No tengo escapatoria. O sí: volverme a la montaña.
Y tenés un programa de chimentos que está a favor y otro en contra. El primero ha elevado a estas criaturas poco menos que a la altura de un premio Nobel. Razones a la vista. El segundo, por despecho, se dedica a bucear el lado más oscuro de cada participante: hijos no reconocidos, pasados turbulentos, novios/as ocultos/as y algún antecedente de stripper, barra brava o bailarina de caño. Y llenan horas y horas con esto, como si estuviesen debatiendo sobre política internacional, inseguridad, o la falta de radares de Ezeiza.
¡Y no hablemos de la chapa que te da ser un ex Gran Hermano! Vos te rompiste el culo estudiando medicina nuclear, o estás trabajando en la vacuna contra el SIDA y no te dejan entrar ni al ñoba del cine. Sos un ex GH y te están esperando 20 periodistas en la puerta de algún "restó" de Las Cañitas, te estacionan el auto, te ubican en un sector VIP, ¡¡¡y encima no garpás!!! Me imagino al padre de una piba de 15 o 16 años a la hora de aconsejarla sobre su futuro. "No estudiés biología, nena. Anotate en Gran Hermano que en un mes salís en pelotas en la tapa de alguna revista, en dos te hacés las tetas, en seis seguramente te enganchás a algún gil con mucha guita, y en un año estás conduciendo un programa de TV". Un carrerón, como quien dice, y sin tocar un libro. Literalmente.
Pero a no desesperar que todo pasa, amigos. En unos días Gran Hermano nos abandonará y se acabarán los debates, las "galas", los programas especiales, las intrigas, las peleas y los chimentos. La televisión es una rueda que gira y siempre nos da revancha, siempre nos da la posibilidad de gozar de algo nuevo. Por suerte ahora se vienen "Bailando..." y "Patinando por un sueño".
¿Alguien se anota para rajarse conmigo a la montaña?
¡Que el 2007 les sea leve, muchachos!