lunes, 27 de diciembre de 2010

Che, si no te veo, felices fiestas

Por varios motivos, la llegada de fin de año es movilizante, creo que nadie lo pone en duda. Se mezclan un poco el sentimiento religioso de la Navidad, el espíritu familiar, la amistad, los balances personales y, por supuesto, el deseo de paz, salud y un futuro mejor para los 365 días que se avecinan. Pero claro, antes está la previa, ese estresante período durante el cual aparecen personajes, situaciones y mandatos sociales que logran que, para algunos, las fiestas encabecen el ranking de lo más odiado junto al calor, los cortes de luz, los piquetes y el aumento del pan dulce.

Si hay un clásico de fin de año son los encuentros, las cenas y las despedidas. No pueden faltar. Tenés la del laburo, la de los muchachos del club, la de yoga y hasta la de esa Asociación de Amigos del Café Cortado en la que te engancharon allá por julio. Y todo debe entrar a presión en ese afiebrado lapso de tiempo que arranca en los albores de diciembre y culmina en las vísperas de la Nochebuena. Por supuesto que siempre hay algún ansioso que prefiere no esperar hasta último momento y te arma la cena de fin de año en noviembre. “Pero si todavía falta un mes”, reaccionás vos sorprendido. “Lo que pasa es que en diciembre la gente está enquilombada y encima no encontrás un puto lugar para reservar”, te contesta el precavido organizador invocando una dudosa lógica. Así las cosas, llegado el fin de año propiamente dicho, aquella cena habrá quedado tan lejana que tienen que volver a organizar otra para despedir a diciembre.
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A juntarse que se acaba el mundo, parecería ser la consigna, lo que convierte la vida de algunos en una alocada carrera contra reloj. “Che, tenemos que vernos antes de que termine el año”, te dice un amigo de esos que no ves en la reputa vida. Y sólo la proximidad de estas fechas tan sacras hace que no lo mandes a cagar a los yuyos. Es que analizándolo bien, esta frase es tan vacía como ridícula, por no decir pelotuda: ¿qué irá a pasar después del 31 de diciembre que este nabo tiene la necesidad de verte justo ahora? ¿El fin del mundo? ¿Una guerra nuclear? ¿Un tsunami en el Riachuelo? Obviamente será solo una falluta expresión de deseo. Hacé la prueba: en cuanto lo apures con alguna fecha concreta huirá despavorido aludiendo la compra del pesebre, el almuerzo con la gente de pilates o una cita con la modista para que le haga entrar ese disfraz de Papá Noel que va a usar el 24 para entretener a los pibes.
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Y así como la proximidad de las fiestas son una buena excusa para verse, también lo son para lo contrario. “Mmmm... Después del 15 estoy complicado... Por las fiestas, ¿viste? Yo te diría que mejor lo dejemos para los primeros días de enero, ¿qué te parece?”, se ataja ese amigo tuyo de la infancia sin revelar los detalles de aquello que lo “complica” tanto. Aunque conociéndolo, ya imaginás que en enero el problema va a ser el calor, en marzo el comienzo de las clases y en abril las elecciones en el Sindicato de Pintores de Brocha Gorda, del cual es vice-vocal suplente.
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Los saludos también forman parte del folklore navideño. Con la ayuda de la tecnología, hoy en día tenemos diferentes maneras de expresar nuestros deseos de amor y prosperidad hacia el prójimo. Si hasta no hace mucho te saludaban personalmente, por teléfono o vía tarjeta navideña, en estos últimos años se han agregado los mails, los mensajes de texto y las redes sociales como facebook o twitter. Y está todo bien; el problema es cuando alguien se entusiasma y utiliza a todos estos medios juntos. Primero te desea “felicidades” personalmente al finalizar alguna de las cenas mencionadas más arriba, después te saluda por mail (generalmente una cadena a 500 desconocidos, quienes tienen la gentileza de reenviarte todos los agradecimientos a vos también), días más tarde te manda un mensaje o escribe en tu muro de facebook, el 31 mismo te saluda por teléfono, y minutos antes de las 12 te envía un efusivo SMS deseándote feliz 2011. Digo: ¿hace falta tanto? Pregunto otra vez por si no se entendió: ¿hace falta tanto? Lo más grave y tedioso es que te obliga a responderle, caso contrario quedás como un soberano mal educado. “Si a este chabón ya lo saludé ayer en la oficina. ¿Cuántas veces le voy a desear lo mismo, la puta que lo parió?”, saltás vos ya un poquito sacado, mientras se te cae al piso el vitel thoné y tu jermu te empieza a ver como un loco con marcada tendencia antisocial. Lo que abunda no daña, dicen, pero a veces rompe bastante las pelotas.
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Cuestión aparte es el enorme sinsentido de algunos saludos, frases y preguntas. “Che, lo mejor para esta Navidad. En serio, ¿eh?”, te desea uno. No, si va a ser en joda, tenés ganas de decirle. Y en realidad te deja pensando: ¿qué es lo que te tiene ocurrir durante las escasas 24 horas que dura la Navidad para que sea considerado como “lo mejor”? ¿Encontrarte un maletín con 50 lucas verdes? ¿Llegar a tu casa y que te espere Jessica Cirio en baby doll? “Que empieces muy bien el año”, te desea otro. Muchas gracias, le contestás amable; ¿pero qué onda para los 364 días restantes? ¿que te parta un rayo? “¿Cómo pasaste las fiestas?”, te pregunta algún curioso en la oficina. ¿Y qué tiene de particular una cena en familia para que alguien quiera saber cómo la pasaste? ¿Cuántas veces en el año te juntaste con tu parentela y nadie te preguntó un carajo? Seamos realistas, las fiestas son cuatro jornadas donde todos se cagan de calor, morfan y chupan a reventar y se la pasan hablando del conventillo de Tinelli. ¡¡No son vacaciones en la Polinesia!!
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En fin, las fiestas ya están entre nosotros y, polémicas al margen, hay que estar preparado para hacer llegar nuestro tierno mensaje de amor y esperanza. Aunque abunden. Es que si después de este post todavía me queda algún amigo... ¿cómo no le voy a desear unas 40 veces “lo mejor”?
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FELIZ 2011 PARA TODOS.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Los terroristas del asfalto


Decir que en la Argentina hay cada vez más autos no es ninguna novedad y hoy en día manejar es casi como practicar turismo de aventura. En la calle podemos encontrarnos con piquetes, actos, escraches, embotellamientos, barreras bajas, desvíos, rutas cargadas, semáforos mal sincronizados... lo que se te ocurra. Pero se vuelve una pesadilla de tiempo completo si además tenemos que lidiar con automovilistas como los que se describen a continuación. Le dan el registro a cualquiera, che.


EL AUDIO-VISUAL DINAMICO
Si bien su nombre es complejo, es fácil de reconocer. Es uno de los personajes más comunes y actúa con el tráfico en movimiento. Este especímen aprendió a manejar con 8 dedos; de los 2 que le sobran, uno está fijo sobre la bocina y el otro sobre las luces. Si cometés la “torpeza” de circular más lento que él, te somete a un show lumínico-sonoro al punto de no saber si te persigue un OVNI o un Phantom F-4. “Correte que vengo yo”, significa la encandilada de nuca. Y le importa un carajo si de un lado tenés al mionca de B.J. Mc Kay y del otro te viene cuerpeando el Flecha Bus de dos pisos. “¡¡Correte-YA!!”, es la orden. Si finalmente y a pesar de todo logra pasarte, te dedica una mirada de odio mortal mientras balbucea una puteada que le brota desde lo mas profundo de su ser. En resumen: el tráfico debe responder a sus propios intereses. Debe abrirse como las aguas del Mar Rojo ante el paso de Moisés.


EL AUDIO-VISUAL ESTATICO
A diferencia del personaje anterior, entra a tallar cuando el tráfico está detenido. Lo sacan de quicio los embotellamientos y las barreras bajas. Su arma predilecta es la bocina, como si alguna vez hubiera llegado antes a algún lugar por hacerla sonar salvajemente. Y su impulso irracional es contagioso, basta que se anime a meter ruido para que una manga de energúmenos como él se enganchen en coro. En su intolerante desesperación le da lo mismo apurar al que está estacionando como al que está ayudando a bajar a su abuelita de 105 años. Su mensaje sonoro y visual se traduce de una sola manera: “andate a dar una vuelta manzana y volvé después, macho; primero paso yo”. En ocasiones traspasa los límites del buen gusto y cambia bocinazo por insulto. “¡¡¡Daaaale, boluuudoooo...!!!”, le recita efusivamente al que por algún motivo no avanza. Es que el auto posee la maravillosa ventaja de mantenerlo en el anonimato. Jamás insultaría en la cola del súper o en la del banco porque ahí hay que poner la trucha. Y puede terminar rota.

EL SOPLANUCA
Es el que se te pega al paragolpes trasero, así vayas a 180 kilómetros por hora. Te quiere pasar pero no te lo avisa ni con bocina ni luces; es un sádico que juega con tus nervios. Sabe que más temprano que tarde vas a hacerte a un lado porque no resistís la presión; no soportás ver su mirada fría por el espejo retrovisor. Además de molesto, es temerario y arriesgado: una pequeña y accidental caricia en tus frenos haría que este sujeto entre por tu baúl y sin necesidad de usar la llave.

EL REY DEL SLALOM
Variante más resolutiva del soplanuca y el audiovisual. Las calles y avenidas son como un excitante videojuego donde los demás autos son obstáculos a esquivar. Antes que esperar a que el de adelante acuse recibo y se corra, prefiere pasar a la acción. No se casa con un carril determinado, va buscando oportunidades y huecos según el dibujo que le ofrezca el tránsito. Podes verlo sobre la vía de la izquierda y al ratito rompiéndole las pelotas a los que van tranquilos por la derecha. Si a 50 metros lo espera un semáforo en rojo, lejos de apaciguarse te va a sobrepasar igual y se va a colocar nerviosamente adelante tuyo para tener la pole position. Lo mejor es quedarse inmóvil y dejarlo trabajar. Este personaje piensa –y maneja- diez veces más rápido que el resto y cualquier maniobra que hagamos para defendernos puede terminar en piña. Y encima te va a echar la culpa a vos.

EL ANSIOSO
Personaje que no soporta estar detenido en los semáforos. Si permanece esperando detrás tuyo, ya a partir del amarillo empezará a martirizarte con luces y bocinazos para que en una pendejésima de segundo salgas arando. Como si tu Renault 9 o tu Duna ’88 gasolero tuviera la caja de un Porsche Carrera. La cosa se pone peor aun si le toca esperar en primera fila. Si el rojo dura un minuto, a los 30 segundos ya invadió la senda peatonal cuando no directamente la calzada de los que vienen de costado. Intimida a los automovilistas que cruzan con el último aliento de su luz verde y aterroriza a peatones, obligándolos a correr por sus vidas, así sean niños, ancianos o gente con muletas.

EL BANQUINERO
Como su nombre lo indica, este personaje es exclusivamente rutero. Aparece toda vez que el tráfico se pone pesado, pero alcanza su apogeo en los cambios veraniegos de quincena o los fines de semana largos. El banquinero tiene una premisa que trata de defender a capa y espada: no detenerse jamás. La ruta ofrece miles de rebusques y posibilidades antes que resignarse a esperar en fila india como un boludo y llegar a la Costa en 14 horas. ¿Querés divertirte un rato? Mientras esperás que la caravana se mueva apoyá las ruedas derechas arriba de la banquina y hacelo sufrir.

EL WATSAPERO
Hijo bobo de la tecnología, este tipo de conductor es muy fácil de detectar. Si ante el cambio del rojo al verde ves que no arranca, apostá 100 contra 1 que está pelotudeando con el celular. El watsapero no puede esperar a llegar a destino, lo suyo es urgente, así sea contarle 50 veces a su novia lo mucho que la quiere, o escribir en twitter que el tráfico por Avenida Córdoba está imposible. Con foto incluida, por supus.

EL TRANSGRESOR
Si alguien en el mundo se rompió la cabeza para crear las leyes de tránsito, este sujeto hace todo lo posible para violarlas. Gira a la izquierda en avenidas de doble mano y con semáforo. Estaciona sobre las salidas de garage u obstruye las rampas para discapacitados. Cubre con un cartón o trapo la patente trasera para evitar las multas fotográficas (muy de moda últimamente y nadie hace nada). Se lanza a cruzar una bocacalle pese a que el atascamiento de adelante no deja meterse, cagándose en los que avanzan por las laterales. Pasa a otro auto en sitios de doble línea amarilla. Su picardía criolla no tiene límites. Es más, este individuo cree que el cambio del semáforo verde al rojo es como la fecha de vencimiento de los alimentos: se puede estirar un poquito más que total no pasa nada.

EL VENGATIVO
Es quizás el personaje más hijo de puta y peligroso de todos. Desairado por una “mala” maniobra tuya, busca justicia por mano propia usando su auto como arma. En algunas ocasiones amaga tirártelo encima y en otras te encierra, pasándote a milímetros de la carrocería. No le da el marote para darse cuenta de lo riesgoso que es jugar a los “autitos chocadores” en calles de verdad. Consejo: medí tus reacciones porque este sujeto es de los que suelen andar enfierrados, y por hacerse el Chuck Norris puede desatar una tragedia en cuestión de segundos.

EL TAPÓN
También conocido históricamente como “dominguero”. Es el que ocupa los carriles izquierdos y no va a más de 20. Es tan peligroso como el que va a 100 haciendo slalom. Encontró su lugar en el mundo y allí se queda feliz. Hace oídos sordos a las puteadas y bocinazos de los automovilistas que viene apilando detrás suyo desde cuadras y cuadras. Cree que no son para él. En ocasiones puede ir buscando una dirección o está por mostrarle a su jermu esa parrillita donde se come bárbaro. Cree que el botón rojo de la baliza es para llamar a los bomberos.

EL TEMEROSO
Generalmente aparece en las avenidas y los días de tráfico pesado. Maneja con el pie arriba del freno por si las moscas. Respeta exageradamente la distancia entre auto y auto como si el de adelante llevara 5 barriles con el virus del Ébola. Sacátelo rápidamente de encima porque te vas a comer todos los amagues y las luces de stop te van a dejar ciego.

EL MUSICALIZADOR
Vos pensás que estás pasando frente a un recital al aire libre o a una sucursal de Musimundo, pero no. Error. Buscá a tu alrededor porque seguramente vas a encontrar a un ejemplar del musicalizador. Fanático del tunning, hay que reconocerle una virtud: no es egoísta y baja las ventanillas para compartir los 500 watts que brotan de su autoestéreo con todo el mundo. Desde el conductor que circula a su lado hasta el que viene a una cuadra. Lo mejor que te puede pasar es que esta especie de DJ vial sea un rey del slalom y desaparezca de tu vista –y de tus oídos- lo más rápido posible. Caso contrario, si te toca ir por Rivadavia te va a hacer escuchar cumbia o reggaetón desde Congreso hasta Liniers.


LOS PROFESIONALES DE LA CALLE
No podía terminar este informe sin mencionarlos. Sí, adivinaste, son ellos: los colectiveros y los taxistas. Muchachos controvertidos, si los hay. Los primeros son los reyes del “cruce en rojo” y muestran conductas histéricas: te hacen luces y se desesperan por pasarte... ¡para detenerse a los pocos metros en la parada! Los tacheros, a su vez, son bipolares. Algo así como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Cuando no llevan gente conducen a paso de hombre y con la paz interior de Gandhi. Nada los perturba. Apenas sube un pasajero agarrate: se convierten en seres poseídos por el Demonio.

Como se pudo ver en este informe, el mal comportamiento de los automovilistas vernáculos es un tema que me obsesiona y una de las poquísimas cosas que logran sacarme de las casillas. Es que los argentinos al volante somos una raza de temer; una especie en vías de expansión si no se toman medidas ejemplares para impedirlo. Y cuando digo “ejemplares” no me refiero a esos controles que solo buscan recaudar y a los dos meses quedan en el olvido.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Un Chucky bueno


Para los que aun no lo conocen, Chucky De Ipola es un músico y productor argentino que tocó con bandas y solistas como Rata Blanca, Ratones Paranoicos, Guasones, La Mississippi Blues Band, Botafogo y Javier Calamaro, hasta que más tarde se convirtió en el tecladista de Los Piojos.
Paralelamente a su participación en la banda de Andrés Ciro, Chucky encaró un proyecto solista en búsqueda de otros sonidos más emparentados con el funk y la música electrónica. En 2004 editó “Electronic Jazz”, álbum que estuvo nominado a los Premios Gardel, y en 2008 editó su segundo trabajo, “Concreto Disco”, el cual incluye los dos temas que siguen a continuación.


Algo Especial


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