sábado, 31 de diciembre de 2011

Hasta siempre, Diego

El tecladista Diego Rapoport falleció repentinamente anoche de un paro cardiovascular mientras se dirigía hacia Bariloche, su ciudad de residencia. Volvía de visitar a su amigo Luis Alberto Spinetta, ya que estaba al tanto de su enfermedad.
Rapoport se hizo conocido precisamente en la emblemática banda del “Flaco”, Spinetta Jade, colaborando activamente en los dos primeros álbumes: “Alma de diamante” y “Los niños que escriben en el cielo”. Además, en los años 70 y 80 su exquisito teclado acompañó también a bandas y solistas del rock nacional como Serú Girán, Raíces, Seleste y David Lebón, entre otros. En pleno éxito, cambió el frenesí porteño por la tranquilidad y la belleza de la Patagonia donde compartió escenarios con diversos artistas y transmitió su arte a cientos de alumnos.
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“Siento que con él (Spinetta) he tenido un contacto musical que con muy poca gente tuve. Aparte por la sencilla razón de que la música de Luis siempre me gustó mucho. Cuando nos ponemos a tocar juntos hay una comunicación enorme, que la tengo con otros músicos pero con Luis es como si sintonizáramos la misma frecuencia y entonces es impresionante lo que sale (...) Mi estilo tiene muchísimas influencias. Yo no sé si tengo estilo inclusive. Durante muchos años mis ídolos fueron Oscar Peterson y Bill Evans y eso se nota. Empecé a escuchar otro tipo de cosas luego, como Hancock, Corea y Jarrett, que es lo más increíble que hay” (de un reportaje publicado en la revista "Expreso Imaginario", allá por el año '79 u '80).
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Les dejo 3 temas para que lo aprecien en toda su dimensión:

La diosa salvaje by Spinetta Jade on Grooveshark

La diosa salvaje - Spinetta Jade, del álbum "Alma de diamante".

Un Viento Celeste by Spinetta Jade on Grooveshark

Un viento celeste - Spinetta Jade, del álbum "Los niños que escriben en el cielo".

Tema de Nayla by Seru Giran on Grooveshark

Tema de Nayla - Serú Girán, del álbum "Bicicleta".

lunes, 19 de diciembre de 2011

La nueva historia argentina

Fuentes confiables aseguran que, a expreso pedido del Gobierno, nuestros científicos nac & pop han logrado inventar la mítica Máquina del Tiempo. Es más, durante estos últimos meses, un importante grupo de funcionarios, políticos, intelectuales y artistas ha estado viajando secretamente a épocas pasadas con el objetivo de realizar algunos pequeños “ajustes” en la historia argentina. Para que cierre un poquito mejor, ¿vieron? Vendría a ser una onda “Volver al Futuro” o “Terminator”, ¿se acuerdan? Dicen que las misiones fueron un éxito y así lo prueban los siguientes cuadros inéditos encontrados recientemente en viejos depósitos, bibliotecas y museos, y que pronto serán dados a publicidad. Pacho y los muchachos del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico agradecidos. Los niños argentinos: a estudiar todo de nuevo.

Arrancamos con la primera. Cristina funda por segunda vez la Ciudad de Buenos Aires. El señor de pechera naranja que aparece debajo de la espada tiene un asombroso parecido a Schoklender, lo que siembra dudas sobre cómo fueron construidas las primeras viviendas. El indígena que se ve a la derecha mira la escena con respeto; “si te portás mal lo llamo a Insfran”, le habría dicho la presi. Dicen los expertos que esta imagen tiene tanto valor como un título de propiedad y serviría para rajarlo a Macri. Ah, y según los revisionistas, el tal Juan de Garay nunca existió; al único Garay que reconocen es a “Cacho”, el contador de chistes.

Al terminar las invasiones inglesas, Beresford no se rinde frente a Liniers sino ante el súper secretario Guillermo Moreno. “Hasta lo del aceite hirviendo la veníamos piloteando bien, pero cuando lo vimos calzarse los guantes de box nos cagamos todos”, declaró el militar ingles en rueda de prensa. Para compensar la humillación le regalaron unos terrenitos en la Patagonia.

Olvidensé de los nombres de esas calles que atraviesan el barrio de Once; esta es la verdadera Primera Junta de Gobierno surgida el 25 de mayo de 1810 (el segundo 25 de mayo más famoso). No hace falta presentar a los muchachos que aparecen en esta hermosa pintura de época. Dicen que Boudou salió al balcón a cantar y Moreno se ocupó de investigar de dónde salía el papel para el diario de su tocayo, “La Gazeta”. Ante el grito popular “¡¡¡el pueblo quiere saber de qué se trata!!!”, la Junta le ordenó a Barone: “Orly, salí y justificá lo injustificable como vos sabés”.

Contrariamente a lo que se cree, la bandera no fue creada por el General Manuel Belgrano sino por Cristina. Y no fue a orillas del Paraná sino del lago Argentino y con el glaciar de fondo.

Creación del Himno Nacional Argentino. Olvidensé de Blas Parera y Margarita Sánchez de Thompson; la canción patria sonó por primera vez en el piano de Fito y la voz de la ex “pechocha” Flor Peña.

No se confundan, Güemes es sólo una calle fashion de Mar del Plata y una galería porteña que une las calles Florida y San Martín. Los famosos gauchos fueron creados por Máximo y son los antecesores de La Cámpora.

Se derriba otro mito, San Martín jamás cruzó la Cordillera de los Andes ni liberó Chile. La nueva versión oficial indica que días antes de salir le hicieron una fotomulta por exceso de velocidad con su caballo y se quedó sin puntos de scoring para montar. Adivinen quién fue en su reemplazo. “No se hagan los rulos”, les habría dicho a los realistas apenas piso suelo trasandino.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Al fondo que hay lugar

Para ir al trabajo, al club, al cine, a la cancha o a lo de esa noviecita que vive en el conurbano, todos alguna vez hemos viajado –o lo seguimos haciendo- a bordo de ese gran invento argentino que es el colectivo.
Generoso y querendón, este medio de transporte nos sumerge en un mundo fantástico y misterioso en el que no faltan las largas esperas, los fríos, los calores, los apretujones y las frenadas bruscas sin previo aviso. Lo cierto es que, más allá de estos pequeños detalles, siempre vamos a tener como compañeros de viaje a los simpáticos personajes que se describen a continuación.

EL VIGILANTE
No tiene nada que ver con los integrantes de la fuerza del orden. Hombre de civil, se calza el traje de justiciero y su especialidad es conseguirle asiento a los mayores, a las embarazadas y a las que suben con algún crío en brazos. Su método tiene muy poco de sutil y roza el escrache. “Por qué no te levantás, hermano, ¿no ves que hay una embarazada?”, “¡¡¡A ver quién le da el asiento al abuelo...!!!”, “Che, qué solidarios que son, ¿eh? Así anda el país”, son sus gritos de guerra predilectos. Al sujeto “denunciado” no le queda más remedio que abandonar su lugar y marchar silbando bajito y sonrojado hacia algún rincón del bondi menos caliente. Sabe que lleva todas las de perder.

EL QUERENDÓN
Personaje del sexo masculino, sin discusión. Tiene mucho cariño para dar, sobre todo a aquellas señoritas de geografías generosas y atuendos sugerentes. Sabe que, como en el fútbol, tiene prohibido usar las manos, pero se las rebusca arrimando otras partes de su cuerpo igual de firmes y sensibles. Ante el clásico “me estás apoyando, flaco”, se hará el ofendido o contragolpeará con el no menos clásico “¡pero si a vos no te toco ni con un chorro de soda, nena! ¿Quién sos, Jesica Cirio?”. Cuando no puede imponer el contacto físico se dedica a relojear escotes, y si lo pescan in fraganti, fingirá que está leyendo de ojito el “Crónica” del jubilado que viaja sentado enfrente.

EL PIRATA
No apuntes otra vez para el lado pícaro o sexual, nada que ver. Así como están los del Caribe, los informáticos y los del asfalto, también existen los piratas de asientos. Perdón si se ofenden las chicas, pero este personaje generalmente es mujer, no me digan que no. Es fácil de reconocer: muestra movimientos nerviosos y está atenta a cada lugar que se desocupa para primerear al resto de los que están parados a su alrededor. No sé cómo carajo hace pero siempre logra apoyar la sentadera antes que vos, a pesar de que estabas de frente al asiento y ella de espaldas o en la otra punta. Parece que tuviera con ojos en la nuca, la hija de su madre. Y todo vale, no importa si tiene que pisar callos, pegar tetazos o trepar por arriba de bolsos o valijas.

EL TAPÓN
Básicamente se divide en dos clases: el de entrada y el de salida. El primero es extremadamente molesto y conspira contra la seguridad de parte del pasaje. Es ese personaje que, con su tarjeta ya pasada, se estaciona pancho junto a la máquina lectora. Esto impide que los que vienen atrás puedan pasar la suya y hace que los últimos en subir viajen 40 cuadras colgados.
El tapón de salida no es menos molesto. Encontró su quintita delante de la puerta de descenso y logra que todo el mundo le realice la misma pregunta: “¿bajás, flaco?”. En ocasiones se corre de mala gana y en otras se hace olímpicamente el boludo, lo que en el apuro te obliga a gambetearlo a lo Messi o a hacerlo bajar con vos a lo Pichot.

EL TARDÍO
Por alguna razón se acuerda tarde de bajar, y en su carrera loca hacia la puerta termina empujando, pisando y golpeando a todo el mundo. Su capacidad de daño es directamente proporcional a la estrechez del colectivo y a la cantidad –y volumen- de los pasajeros. Consejo 1: trabá los abdominales porque de un codazo en las costillas te puede dejar sin aire. Consejo 2: no está de más agarrarte la billetera porque entre tanto pasajero tardío puede haber algún chorizo camuflado.

EL DORMILÓN
Deberían aplicarle un recargo en el boleto ya que usa el viaje para recuperar horas de sueño. Aunque hay que aclarar que este espécimen se podría dividir a su vez en 2 tipos bien definidos: el trasnochador y el laburante. El primero acaba de concluir una larga y frenética noche de juerga y, totalmente alcoholizado, se arroja desmayado en el primer asiento que ve. Apoya el culo casi en el borde para que la nuca se desplome sobre el respaldo y abre las gambas al estilo “10 y 10”, impidiendo que nadie pueda sentarse a los costados. De todas maneras, vencer la resistencia de sus piernas no significa el fin de los problemas: en alguna curva violenta, un grueso hilo de baba puede escapar de sus labios y aterrizar en tu camisa recién planchada. El dormilón laburante, en cambio, no busca echarse un torrito, pero después de 12 horas de peloteo lo derriba el sueño. Imposibilitado de mantener la vertical, en una primera fase se inclina sobre vos y en una segunda termina posando su cabecita sobre tu hombro, haciendo que todo el pasaje se acuerde del famoso film “Secreto en la montaña”. Sin embargo, hay que ser solidario con este pobre señor; es preferible atajarlo con tu cuerpo a que pendule hacia el lado equivocado y termine haciendo un estruendoso pogo contra el piso del bondi.

EL QUEJOSO
En el fondo es una persona que necesita hablar con alguien, y en el colectivo encuentra terreno fértil para ello. Sus frases preferidas son “en este país se viaja como ganado”, “estos tipos manejan como animales”, “La gente está cada vez más loca”, “qué línea de porquería; diga que la tomo porque no me queda otra, ¿vio?”. Una vez que su ocasional interlocutor muerde el anzuelo, el quejoso arremeterá con un monólogo que irá desde la polémica grieta en la política hasta la mala influencia de Tinelli en la juventud, pasando por los desmanejos en la AFA y el calentamiento global.

LA QUISQUILLOSA
Otro personaje que pertenece en su generalmente al sexo femenino. Viaja inquieta y cualquier roce la molesta. Los colectivos atestados de gente potencian su histeria, y no hay que esperar demasiado para que te clave la mirada o pase a la acción disparando frases como “ay, me estás empujando con la mochila” o “nene, pedí permiso si querés pasar”. Por supuesto, del otro lado recibe contraataques del tipo “si quiere que no la toquen viaje en taxi, señora” o “¿decime dónde querés que me ponga, no te das cuenta que va lleno?”. Para la quisquillosa, toda reacción ajena será considerada impropia y redoblará la apuesta con un “no seas insolente, mocoso”. El inesperado ping-pong de insultos culminará cuando alguien de atrás grite cansado y en nombre de todos “¡¡¡callaaate looooca!!!”.

LOS QUILOMBEROS
En este caso no se trata de uno solo sino que actúan en grupo. En su mayoría son adolescentes que acaban de salir del colegio o de jugar un agitado partido de fútbol. Copan medio colectivo y su nivel de excitación no los deja estar un minuto completo sin gritar, insultar o pegarse. Deben ser miembros de una misma familia porque todos se llaman entre sí “boludo”. Por momentos despiertan al milico que llevás adentro y te hacen balbucear por lo bajo frases como “yo los cagaría a trompadas a estos pendejos de mierda” o “en mi época esto no pasaba”. Al bajar estos vándalos, se produce la misma sensación que cuando cesa un terremoto o se acaba de alejar un destructivo huracán.

EL ACALORADO
Este personaje pertenece casi con exclusividad al género masculino y se lo padece especialmente en el período que va de mayo a agosto, o sea el crudo invierno. Es un ser inofensivo hasta el fatídico instante en el que consigue un asiento. Con la camisa desabrochada hasta la mitad al estilo Sandro, los cero grados de térmica no son impedimento para que abra la ventanilla como para tirarse. Si viajás adelante de él te lo podés llegar a bancar; si estás sentado justo detrás, es muy probable que llegues al laburo con faringitis aguda y el rostro rígido cual estalactita.


Es tiempo de poner el broche final pero quedan muchas tipologías por describir. Podría nombrar al que viaja exclusivamente del lado del pasillo haciendo que todos le pidan permiso para ocupar la ventanilla, al que se hace el dormido para no ceder el asiento, al que cambia de lugar permanentemente, al que le da charla al colectivero, al vendedor ambulante, al que viaja con 4 valijas y ocupa medio bondi, al que habla a los gritos por el celular para que el mundo se entere de lo bien que le va... Todos tenemos algo de estos inefables personajes que suelen circular a diario a bordo del famoso “mundo de 20 asientos”. Y si hay algún estrecho que no se ve reflejado en ellos, una de dos: o es un bacán que viaja en taxi... ¡¡¡o labura de punga!!!

jueves, 1 de diciembre de 2011

Calcomanías para todos

La Argentina es un país recontra generoso, y nadie duda que con un poquito de osadía, creatividad e ingenio se puede ganar mucha guita o al menos salir de pobre. Y si no preguntenlés a los inventores de esas calcomanías que muchos autos lucen en su parte trasera y que muestran mediante trazos infantiles cómo está compuesta la familia que viaja en cada uno de ellos, incluida alguna que otra mascota.
Armar a esa simpática troupe de a bordo no es difícil. Cada integrante viene en un sticker individual y, para que nadie se sienta discriminado, los hay de todas las edades, sexos y actividades. En las calles porteñas ya están causando furor y hoy por hoy gozan de tanta popularidad como el corte de pelo wachiturro o las pulseritas Power Balance.
De todas formas, yo con estas cosas ando con pies de plomo, que quieren que les diga. La calle está un tanto heavy y personalmente no comparto esa onda de andar anunciando en la vía pública cuántos hijos tengo, de qué edades y qué deportes practican. Pero bueno... como la filosofía de este blog no es tirar abajo el laburo de los demás sino todo lo contrario, voy a aportar una serie de ideas para que los fabricantes de estas simpáticas calcos puedan agrandar su negocio y de paso cañazo ampliar su target. Va con la mejor, ¿eh? Desde ya, se aceptan sugerencias.
Calcomanías para familia de esposo corrupto. Se venden mucho en la zona del Congreso de la Nación y en las inmediaciones de la Plaza de Mayo.
Para dueño de desarmadero de autos. Por las dudas no estaciones el tuyo demasiado cerca, no te van a quedar ni las calcomanías.
Para señores con doble vida. Algunos stickers traen como opcional la leyenda "dejame que te explique".
Para maridos sometidos. No hay mucho que agregar. No le toquen demasiada bocina porque lo mandan de cabeza al psicólogo.
Para kirchneristas rabiosos. Por cada sticker se entrega una Asignación Universal por Hijo. No se venden para todos los autos, sirven para un solo "modelo".
Para la camioneta del gaucho solitario. Es que los inviernos en el campo son tan largos...
Para dentista con pocas pulgas. Se pueden usar solo bajo libertad condicional.