miércoles, 17 de noviembre de 2010

Las vacaciones del amor(*)


Se acercan las vacaciones y todos aquellos que ahorraron unos pesitos durante el año ya comienzan a elucubrar planes y a dibujar hojas de ruta. Algunos rumbearán, como siempre, para la Costa, otros buscarán la paz de los lagos del Sur, otros optarán por las cálidas playas de Brasil, y otro grupete elegirá algún destino más exótico como Marruecos, la Polinesia o el cruce del Amazonas en anaconda.
Además de fijar el destino, otra importante cuestión a definir es cuándo y con quién nos vamos. Y esto último no es poca cosa. Si bien las vacaciones constituyen un período mágico en el cual todo es diversión, descanso y experiencias nuevas, también es una prueba de fuego para la convivencia con quienes no pasamos demasiado tiempo durante el resto del año. Y no hablo sólo de amigos o compañeros de trabajo; hay matrimonios, novios o hermanos que no pueden estar más de 24 horas sin agarrarse de los pelos.
La convivencia en vacaciones es difícil –no descubro la pólvora con ésto- y las causas de un malestar pueden ser varias: mala elección de un hotel, gastos superfluos, cambios repentinos de planes, clima pedorro, pérdidas de tiempo y un largo etcétera. Por supuesto, todo esto se magnifica y conduce al estallido si dentro de esa alegre troupe en vacaciones hay personajes como los que se detallan a continuación.

EL PREVISOR
Este especímen aparece cuando el grupo se va de campamento o alquiló una propiedad en la Costa. Trae desde la cuna una idea que nadie se la puede sacar de la cabeza: hay que comprar todo en Buenos Aires porque afuera te sacuden el moño. Y cuando digo todo es TODO: sal, azúcar, fideos, galletitas saladas, galletitas dulces, yerba, escarbadientes, pañales y la comida del gato. Encima pretende el aplauso porque cree que está logrando una gran diferencia de guita. En realidad, lo que se gana es el odio de todos por culpa del lugar que eso ocupa en los intersticios del auto, o el peso al pedo que tiene que cargar cada uno en las mochilas. Y ni hablar del estado en el que llegan los alimentos. Imaginate, después de dos días de viaje y tres combinaciones de micros, la horma de queso queda con la forma del calentador, las galletitas solo sirven para pan rallado y la mortadela luce unas manchitas verdes que asustarían hasta a un perro carroñero. Al final, la mitad de toda esa mercadería regresa intacta a Buenos Aires porque a la vuelta del depto que alquilaron ofrecían promos de ravioles o de milangas con fritas a dos mangos con cincuenta.

EL DICTADOR
Tiene a todo el mundo cagando aceite. Trata a sus compañeros como soldados de un cuartel que solo existe en su imaginación. Su modo de verbo favorito es el imperativo: “hacé”, “limpiá”, “andá”, “guardá”. Se pone de malhumor cuando una orden suya no se cumple, se cumple a medias o se discute. Ni hablar si se cumple mal. Explota. A base de levantar la voz, de a poco va condenando al resto a la sumisión y cada actividad necesita de su visto bueno o sus consejos. Es el fiscal de todo el mundo, el que dictamina cómo cocinar, cómo comer, cómo hablar y cómo bañarse. Condiciona tanto al grupo que hasta para salir a tirarse un pedo atrás de un árbol hay que pedirle permiso a él. A no ser que seamos masoquistas, la relación con este sujeto dura un solo verano. Y termina mal. Debut y despedida, no hay vuelta atrás.

EL ESTRUCTURADO
Si te olvidaste la agenda en tu casa no problem, porque este sujeto te va a recordar con firmeza cada puta cosa que deban hacer durante el día y cómo. Es el pájaro picasesos. No deja nada librado a la suerte ni menos a la improvisación. Se ajusta con fanatismo al concepto de grupo y le cuesta actuar de manera independiente y práctica. Jamás se va a mandar por su cuenta a gestionar algo, él pretende que vayan todos. Se aferra a una especie de libreto o manual de procedimiento, y su tic obsesivo es mirar a cada rato el reloj. Es como un timer: indica cuándo desayunar, cuándo salir de compras, cuando almorzar, cuando merendar, y antes de que caiga el sol ya va a ir recordándole a todos que es hora de preparar la cena. No le importa si el resto está siguiendo un partido de fútbol por TV o participando de una divertida y relajada charla de fogón: son las 8 y el manual dice que hay que cenar. Sus propuestas son, en realidad, órdenes encubiertas, las que de ser postergadas o rechazadas lo ponen secretamente de muy malhumor. Es una especie de dictador bajas calorías, aunque a diferencia de este último, no genera broncas inmediatas si no que por su manera sutil de meter presión va cansando con el tiempo.

EL VAGO
Otro especímen que abunda entre los grupos de veraneantes, sobre todo cuando deben autoabastecerse. No hace un pito a la vela y pretende que todos lo sirvan. Como escribí en otro post, hay vagos conscientes y vagos caraduras. El primero sabe de su condición y no reclama nada porque intuye que al primer cacareo lo bajan de un hondazo. El segundo es detestable, ve que sus compañeros armaron con esfuerzo la carpa después de haber ido a buscar agua y leña, y se queja porque no la orientaron con vista al glaciar. Sea de uno u otro bando, en ocasiones le remuerde la conciencia y asume tareas riesgosas como guardar una gaseosa en la heladera, buscar en la mochila un encendedor para prender el fuego o limpiar las miguitas de pan que quedaron en la mesa.

EL INFORMAL
Es un ser ingobernable. Es imposible contar con él para cualquier tipo de tarea, no por vago, si no porque nunca se sabe dónde está ni a qué hora regresa. Acepta viajar en grupo pero no se aviene a la más mínima regla de convivencia. Deja sus remeras y sus calzoncillos (o bombachas) tirados por todas partes y es capaz de desaparecer con tu cámara de fotos porque la suya no la encontró. Generalmente persigue otros objetivos dentro del viaje pero no se sincera, no pone las cartas arriba de la mesa.
Abandonen la idea de realizar un recorrido en auto con este personaje: siempre habrá que esperarlo. Es el típico inquieto que se escapa atrás del que bajó dos minutos al baño y termina perdiéndose en un shopping o en un paseo de artesanías. Y es vivo, porque especula pícaramente con la certeza de que nadie lo va a dejar abandonado en la ruta y con lo puesto. Tres pequeños consejos para defenderse de esta plaga: 1) Hacerle un duplicado de las llaves del depto (que las garpe él, por supuesto). 2) Viajar en micro o avión; si el fulano no está presente a la hora de salida, se tiene que ir a gamba (de paso cañazo se lo sacan de encima). 3) No llevarlo. Ah, y otro consejo más: no hagan el temerario experimento de juntar al informal o al vago con el dictador o el estructurado porque pueden terminar las vacaciones antes de tiempo o en la comisaría.

EL QUISQUILLOSO
Rompepelotas como el solo. Nada le viene bien. Si compraron Coca, él quería Pepsi; si alguien trajo Sprite, él quería Seven Up. Si fueron a buscar rabas, él quería pizza. Si le señalás un restaurant te lo bocha porque hay poca gente, y si le proponés el de enfrente también porque hay demasiada. Una visita de media hora al súper puede demorar una eternidad porque no encuentra las galletitas sin sal que a él le gustan, o el agua mineral que hay en góndolas no cumple con las proporciones de potasio y sodio.
Si la salida es de campamento, el quisquilloso puede estar dos horas eligiendo el lugar donde instalar la carpa: que acá hay una piedrita, que acá hay un tronquito, que acá está expuesta al rocío, que acá hay una pendiente negativa de 1 grado, o que según una leyenda indígena, dormir con la cabeza apuntando a la constelación de la Urraca trae mala suerte.

EL EGOISTA
Arma el viaje según sus gustos y conveniencias y relega a los demás a la categoría de actores de reparto. Es el que se las arregla para entrar primero a micros y aviones para ocupar la mejor butaca (en realidad cada uno debería tener asignado un número, pero una vez que apoya el culo te sentís una mierda si lo hacés mover de lugar). Vuelve del expendedor de bebidas del micro con un café con leche y cuando lo mirás desconcertado te dice “ah, ¿querías?”. En las caminatas de largo aliento es el que se toma lo que quedaba en la cantimplora mientras el resto lo mira desfalleciendo de sed. Se corta solo para conseguir una tarifa especial de buceo y a sus amigos los hace garpar el 100%. Al entrar a una habitación de hotel nueva se arroja de cabeza en la mejor cama, y al regresar de una excursión o caminata siempre va a querer bañarse primero él. “¿Querés la cama? ¡quedátela vos!”, se ofende llevándose sus petates para hacerte quedar como un chiquilín que se pelea por una boludez. Sus duchas son de una hora y cuando al fin te toca entrar a vos, tenés que salir en pelotas a buscar al encargado porque te dejó sin agua caliente. Por supuesto, ocupa todas las perchas del ropero y terminás colgando tu ropa en una silla o en un cuerno de ciervo al que solo llegás trepándote a una mesita renga.

EL BAGAYERO
Variante más comercial y sofisticada del egoísta. Usa las vacaciones para hacer negocios o, al menos, lograr una buena diferencia de guita. Su hábitat natural son los malls, shoppings, paseos de compras y zonas francas. En consecuencia, los smartphones, las tablets, los perfumes, las zapatillas de marca y las raquetas de tenis son para él como trofeos de guerra, lo que todo turista debe traer de cada escapada al primer mundo. Sus anécdotas de viaje preferidas no son aquellas en donde la pasó bomba sino en las que zafó con habilidad del control aduanero. "¿Te compraste algo?", es la pregunta típica que te hace cuando el que volvés de vacaciones sos vos. Y si no te traés nada te mira decepcionado con cara de "¿para qué mierda fuiste?".

EL FOTOGRAFO
Variante artística del egoísta. “A mí me encanta sacar fotos”, te avisa este personaje antes del viaje. Y al principio lo tomás con simpatía; ¿a quién no le gusta inmortalizar las vacaciones? No te ilusiones, es cuestión de tiempo. Lo vas a empezar a odiar cuando se baje del auto cada 100 metros para retratar yuyos inservibles, intente armar el trípode bajo una tormenta de viento y granizo o, para aprovechar un contraluz, espere a una gata peluda que viene arrastrándose desde la otra cuadra (yo pertenezco a este desesperante grupo, vayan sabiendo).

EL AHORRATIVO
Antes de pelar la billetera tiene que hacer un minucioso estudio de costos. Si están en el extranjero y deben comprar moneda local, te lleva de paseo por todos los bancos y casas de cambio hasta encontrar la cotización de su agrado. Como si hubiese venido a hacer negocios, el pelotudo. En un plano más doméstico, a la hora de cenar es capaz de hacerte recorrer todo un pueblo en busca del restaurant que venda la gaseosa más barata. Después le rompen el culo con un plato que ni sabe cómo se llama. Pero, eso sí, la Coca la pagó un peso menos. “Pssssss, a mí no me van a engañar, papá. Los de la otra cuadra son unos chorros”, se jactará canchero.

EL CONTADOR
Tiene la misma obsesión por los números que el ahorrativo, pero no precisamente para ajustar los gastos sino para anotarlos. Y no se le escapa nada; desde la cena de la noche anterior hasta las monedas que le dieron al pibe que limpió el parabrisas del auto. Somete al resto del grupo a un agotador ejercicio mental para recordar cuánto costó ese salame picado grueso que compraron en la ruta o el bono contribución para los bomberos de Villa Mosquito. Para ser justo, debo decir que este personaje no jode demasiado, pero que está, está. Y es muy gracioso.

EL MANIATICO DEL VOLANTE
Es uno de los más virulentos y peligrosos. Es que en esto hay que ser claros y realistas: en un trip en auto, el que tiene el volante detenta el poder. Y se torna insoportable si muestra tendencias maníacas-autoritarias. Decide dónde cargar nafta, dónde comer, dónde cagar, dónde parar a estirar las piernas y dónde y cómo acomodar el equipaje, entre otros menesteres cotidianos. Para cualquier actividad dentro de su jurisdicción –o sea, el auto- hay que pedirle autorización a él. Es obsesivo y todo lo perturba. Con una mano maneja, y con la otra se la pasa regulando nerviosamente cada una de las rejillas de la ventilación. Te hace llegar a Mar del Plata con faringitis aguda porque cambia del aire acondicionado a la calefacción como 25 veces, solamente en el tramo que va de acá a Samborombón. Aunque todos vayan cantando alegres un CD de Charly, es capaz de apagar el estéreo abruptamente y sin aviso porque escuchó “un ruidito” proveniente de vaya a saber qué recóndito lugar del auto. Por supuesto, no volverá a musicalizar el habitáculo hasta que todo el mundo escuche el misterioso ruido y le den la razón como a un loco. Si tiene que estacionar en un lugar complicado, obliga a bajar a la esposa o a un hijo para que lo guíe. Y termina gritándoles porque no lo hacen como él quiere. Antes de salir ordena celosamente el baúl como si estuviera estibando la carga de un barco, y es capaz de parar en el medio de la nada para reacomodarlo o para cambiar de lugar a la abuela que, después de ir a echarse una meada, cometió la “torpeza” de sentarse del lado equivocado.

EL MALHUMORADO
Su permanente cara de orto le vino por default. El malhumor ya es su estilo de vida y todo debe marchar 10 puntos para que se mantenga, no digo contento porque sería un lujo, sino mínimamente tranquilo y estabilizado. Tiene un punto de ebullición muy bajo y escasa tolerancia para el error. No disfruta de las vacaciones porque siempre encuentra algún motivo para quejarse: que no anda el aire acondicionado del hotel, que la excursión salió 15 minutos tarde, que el helado de sambayón no era sambayón, que en el camping hay mucha gente o que le cerraron ese puestito de panchos que había cuando vino hace 10 años. Por supuesto, lejos de masticar su malestar en silencio, lo canaliza maltratando a sus compañeros.

Muchas veces uno se embarca en un viaje sin sospechar que detrás de esa cara bonita o de ese correctísimo compañero de laburo se encuentra agazapado y al acecho alguno de estos personajes. Y es difícil saberlo. En la vida de ciudad somos todos lindos, piolas, divertidos, sensuales, ocurrentes, simpáticos, inteligentes y perfectos. La cosa cambia cuando la naturaleza nos somete a incomodidades, esfuerzos físicos o temores. Las relaciones se complican cuando nos vemos obligados a tomar decisiones, a cuidar el mango, a tener paciencia o, en definitiva, a pasar por experiencias a las que quizás no estamos acostumbrados en nuestra vida cotidiana. Pero bueno, hay que verlo desde el lado positivo; es tan triste y bajoneante el final de las vacaciones, que el deseo de librarnos cuanto antes de estos molestos compañeros de ruta nos da un excelente e inesperado motivo para querer volver a casa.

(*) Película argentina de 1981 dirigida por Fernando Siro y protagonizada entre otros por Jorge Martínez, Graciela Alfano y Ulises Dumont.

1 comentario:

Armando De Giácomo dijo...

Es pura coincidencia, tenés razón.
Ahora que lo pienso, vos podrías calificar en un grupo que olvidé poner en el informe: los que siempre están con hambre. Aunque a diferencia del "estructurado" que quiere que coman todos juntos, cuando te agarra el ataque vos manoteás los chegusán sin preguntarle a nadie. Subiendo al Copahue se vio clarito, jajajaja!!!!!!