Estaba visitando con mi amigo Andrés Pasquali las ruinas mayas de Palenque, en el estado mexicano de Chiapas y, como a la mayoría, se nos ocurrió trepar el imponente Templo de las Inscripciones. La pirámide estaba coronada por un altar en forma de galería desde el cual se dominaba casi todo el conjunto de edificios históricos. Nos sentamos en el último escalón y nos dedicamos a observar el paisaje de ruinas y selva. Entre los turistas que se paseaban allá abajo nos llamó la atención una blonda y solitaria señorita cuya musculosa y apretados shorts le marcaban una silueta más que interesante. Era una perra, bah. Con mi zoom de 400 mm comenzamos por turnos a seguir de cerca su andar y a elogiar a viva voz su trasero hasta que alguien interrumpió nuestro pasatiempo. "Ese culo es el de mi esposa", nos gruñó en perfecto castellano y con aire desafiante un corpulento sujeto que permanecía cerca nuestro desde hacía un rato. El personaje parecía decidido a pelear si alguno de los dos se paraba y lo enfrentaba. Maldijimos por dentro nuestra extraña mala suerte y le pedimos disculpas. No estábamos dispuestos a estropear nuestras vacaciones por un pelotudo que se sintió "cuerneado" por una cámara de fotos.
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