miércoles, 7 de junio de 2006

Viajar te abre la cabeza


Lentas caravanas en la ruta para llegar a Mar del Plata. Vueltas y vueltas en el centro para encontrar estacionamiento. Colas para llegar a la playa. Vueltas y más vueltas sobre la arena candente para encontrar un lugar donde clavar la sombrilla. Colas y embotellamientos para volver de la playa dentro de un auto que hierve por haber estado largas horas al sol. Colas para entrar a comer. Colas para hablar por teléfono con la parentela que quedó en sus terruños. Lentas caminatas nocturnas por calles atestadas de turistas y de vendedores ambulantes que van a hacer su temporada.
Esta afiebrada rutina la repiten exactamente todos los veranos quienes eligen pasar sus vacaciones en los lugares más congestionados de la Costa. Sin embargo, en la oficina, en el café, y en la charla entre amigos se escuchan cosas como:
"¡Ahhh, no sabés como me desenchufé!", "¡Qué bien que te hace cambiar de aire!" ¿De qué se desenchufó? ¿Qué aire cambió? ¿Quiso desenchufarse o en realidad buscó trasladar 400, 500, o 1000 kilómetros su rutina diaria para sentirse seguro en un lugar alejado de su hogar? "Sabés que no extraño para nada Buenos Aires", se escucha decir por ahí. ¡¡Y cómo van a extrañar si nunca se fueron!!

En un artículo que leí hace algunos años, un periodista describía el curioso comportamiento de un grupo de turistas que viajaban a bordo de un catamarán sobre el lago Nahuel Huapi. Mientras algunos gozaban de ese hermoso entorno, otros se dedicaban a actividades tales como jugar a las cartas, hablar del barrio, tomar mate, pelar el "sanguchito" o el paquete con las facturas, o hacer cola frente al bufet. Y la conclusión a la que llegaba -y que comparto- era que a la mayoría de los seres humanos nos asusta lo que no conocemos bien, y para sentirnos a salvo recurrimos a rituales que nos acercan más a nuestra vida cotidiana, nos refugiamos en actividades que podemos dominar.

Y están los que vuelven del Sur, de las Cataratas o de Europa sin una sola foto de paisajes pero sí millones de imágenes de ellos mismos delante de cuanta cosa descubrieran por el camino. "Miren, yo estuve allí", es el mensaje que pretenden dar entre líneas. Importa más su presencia en el lugar que el lugar en sí. Viajan nada más que para cumplir con una especie de mandato turístico y hacer morir de envidia a quienes los vieron partir. Para ellos los viajes integran la lista de objetivos que todo mortal debe tener en la vida: casarse, tener hijos, comprarse la casa, el auto... y conocer Europa!!! Viajar te abre la cabeza, es verdad; pero la llave la tiene uno mismo.

Y están los trofeos de guerra, lo que todo turista "debe" traerse de cada viaje.
"¿Te compraste algo?", es la pregunta típica que nos hacen amigos y compañeros de trabajo. Y no los podemos defraudar; tenemos que demostrarles que hicimos un excelente negocio comprando pullóveres baratos en Mar del Plata, o aparatos electrónicos y raquetas de tenis a buen precio en Miami. Y si no te traés nada, ¿para qué mierda fuiste?, pensarán.

¡¡Y cómo nos hacemos sentir los argentinos en el exterior!! Entramos al Coliseo Romano con la camiseta de Boca y el mate en la mano (con la foto de rigor, por supuesto), gastamos a los que se visten o hablan distinto a nosotros (¿en qué conocido programa de TV lo fomentaban esto?), tomamos "prestadas" algunas cositas de hoteles y restaurants, hacemos chistes de mal gusto mientras el guía está explicando la historía de algún lugar sagrado, hablamos a los gritos para que todos sepan que somos "bien" argentinos, etc, etc...
Recuerdo que la primera vez que me tocó salir del país, le pregunté a quien me vendía los pasajes a Carmelo si tenía algún consejo para no tener problema en el Uruguay. La empleada esbozando una leve sonrisa me contestó: "No seas demasiado argentino".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estas reflexiones acerca de estos típicos especímenes del veraneo costero se resumen en tres palabras: "Negro, Hincha de Boca y Peronista".

GUY MONTAG