Dentro de la variada fauna que compone a nuestra sociedad,
muchos consideran a las Fiestas como un contratiempo, y no como un motivo de alegría y festejo. No son pocos los que las ven como un disparador de rivalidades y envidias, en lugar de tomarlas como una excusa para los encuentros. Y tienen sus razones. ¿Quién no ha escuchado estiletazos verbales del tipo “mi vitel thoné estaba más rico que tu ensalada waldorf”, “tu pollo estaba rancio”, “mi pan dulce estaba más fresco que el que trajiste vos” o “cómo carajo hace la trola de tu cuñadita para estar siempre bronceada”? ¿Quién no ha penado por el destino siempre incierto de los hijos casados, que son tironeados entre las familias políticas cual trofeos de guerra? De pronto y sin buscarlos, aparecen también esos cuasi parientes que vemos una vez al año y que, por lo general, nos caen más cercanos a una patada en las bolas que a un hidromasaje en los pies. “Che, le dije al primo de Josecito que viniera para Nochebuena...”, te avisa tu jermu unos días antes, “¿No te jode, no?”, agrega. Y por más que te dé por el quinto forro, ya está, ya lo invitó. “Ta bien...”, le contestás resignado, “...pero decile que se bañe, ¿eh? La ultima vez vino con un olor a chivo que volteaba elefantes”.
Llegan las dichosas cenas, y los minutos previos nos muestran calles más atestadas que un viernes a las 7 de la tarde. Cada ser humano o vehículo que circula por la vía pública es un delivery encubierto de ensaladas rusas, lenguas a la vinagreta o helados que llegan a destino más flojos que un yogur.
muchos consideran a las Fiestas como un contratiempo, y no como un motivo de alegría y festejo. No son pocos los que las ven como un disparador de rivalidades y envidias, en lugar de tomarlas como una excusa para los encuentros. Y tienen sus razones. ¿Quién no ha escuchado estiletazos verbales del tipo “mi vitel thoné estaba más rico que tu ensalada waldorf”, “tu pollo estaba rancio”, “mi pan dulce estaba más fresco que el que trajiste vos” o “cómo carajo hace la trola de tu cuñadita para estar siempre bronceada”? ¿Quién no ha penado por el destino siempre incierto de los hijos casados, que son tironeados entre las familias políticas cual trofeos de guerra? De pronto y sin buscarlos, aparecen también esos cuasi parientes que vemos una vez al año y que, por lo general, nos caen más cercanos a una patada en las bolas que a un hidromasaje en los pies. “Che, le dije al primo de Josecito que viniera para Nochebuena...”, te avisa tu jermu unos días antes, “¿No te jode, no?”, agrega. Y por más que te dé por el quinto forro, ya está, ya lo invitó. “Ta bien...”, le contestás resignado, “...pero decile que se bañe, ¿eh? La ultima vez vino con un olor a chivo que volteaba elefantes”.
El cronograma de esos controvertidos cuatro días suele
presentarse enrevesado, y las “sedes” se disputan cual mundial de fútbol, o se negocian
como el piso del Impuesto a las Ganancias. Todos hacen lobby a favor de unos y en contra de otros. Finalmente el borrador
queda trazado así: Nochebuena en lo del tío Paco, Navidad en lo del primo
Ricardo que acaba de sacar el aire en 48 cuotas, Fin de Año acá en casa, y Año
Nuevo en lo de la tía Clota, que vive en el orto del mono pero tiene la
Pelopincho para que los pibes, al menos, se puedan refrescar. Y se baja el
martillo.
Llegan las dichosas cenas, y los minutos previos nos muestran calles más atestadas que un viernes a las 7 de la tarde. Cada ser humano o vehículo que circula por la vía pública es un delivery encubierto de ensaladas rusas, lenguas a la vinagreta o helados que llegan a destino más flojos que un yogur.
Una vez acomodados alrededor de la mesa, todos tratan de
colocar su mejor sonrisa y olvidar las pequeñas rencillas del pasado. Es
momento de balances, y las conversaciones giran en torno a lo que ocurrió
durante el año, más bien tirando hacia la última mitad, diríamos. Es que el
primer semestre parece tan lejano como el día en que murió Gardel. De los
bolsos de López ya ni nos acordamos, pero aún está fresca la pelea entre los
mononeuronales Fede Bal y Barbie Vélez.
Entre tema y tema no pueden estar ausentes los lugares
comunes. “Cómo pasó el año, ¿eh? Cuando te querés acordar, ya estamos en
Navidad”, dispara alguien para quebrar un bache de silencio y tapar el
ceremonioso ruido a cubiertos. Una tía entrada en años –y en copas- pide bala
para todos los chorros, mientras que un sobrino progre trata –en vano- de
explicarle que los pobres delincuentes son víctimas de la exclusión
social. “Esta crisis del país nos afecta a todos”, opina preocupado
un tío excedido en kilos, con media pechuga de pollo bailándole entre los
dientes. Los desubicados tampoco se toman licencia por las Fiestas. “Che Nico,
cada Navidad con una novia nueva vos, ¿eh?”, le lanza una tía a su sobrino
delante de la propia señorita, generando por unos segundos más tensión que en
Medio Oriente. Y si de meter la gamba se trata, otro pariente totalmente
borracho revela sin pudor una paternidad que el abuelo ocultó por más de 50
años. Mientras tanto, el calor ajusticia a la dislocada concurrencia y la abuela
protesta airadamente porque no le llega el vientito del turbo.
Lo cierto es que todas las discusiones y
disquisiciones quedan automáticamente freezadas al sonar la primera campanada
de las 12. Como si se reseteara todo. Y más allá del infaltable pelotudo-chiquilín que se divierte apuntándote con el pico del champán antes de descorcharlo, acá surge otro pequeño inconveniente:
hay tantas horas oficiales como relojes presentes. “¡Ya son las doce!”,
anunciás vos eufórico. “¡¡No señooor!! faltan dos minutos”, te frena una
tía que se niega a brindar hasta que “sus” agujas no se lo indiquen. “Yo ya tengo 12 y 3 minutos”, dirá un primo
con la intención de pincharle la primicia al resto. Finalmente la algarabía le
gana la batalla al estéril y acalorado diferendo horario y se desata el brindis. Chocan
las copas –alguna se rompe-, alguien toma fotos para subir al instante a alguna
red social, y madres, hijos, primos, abuelos y vecinos se desean lo mejor para
esa Navidad o para el año que acaba de estrenarse. Y no siempre debuta bien
para todos. Nunca falta el niño que irrumpe llorando y con la mano bañada en
sangre porque un petardo le estalló antes de tiempo. Lo que sigue es un
inesperado brote de angustia colectiva hasta que el padre llama desde la
guardia del hospital para avisar que, por suerte, la criatura no ha dejado ninguna falange
en el camino. Zafamos...
El final de fiesta es casi siempre el mismo: la
pendejada se raja a bailar o a juntarse con sus amigotes en esa especie de prime time sub 25 que arranca pasadas
las 12, otros se sumergen en un raid etílico que los ayuda a olvidar que ya
no están para esos trotes, y aquellos que comieron orgiásticamente quedan encallados como cetáceos que abandonó la marea. Cualquiera que se asome a la cocina verá la barbaridad de comida
que sobró, y no es de extrañarse: todo se cocina para 20. Vitel thoné para 20,
melón con jamón para 20, ensalada rusa para 20, pollo para
20, carré de cerdo para 20, matambre para 20, pan dulce y frutos secos para 20... En fin. Lo que seguro nunca
viene –ni vendrá- para 20 es el sentido común, la mesura y el criterio.
Felices Fiestas para todos.
2 comentarios:
Excelente publicacion, se extrañaban tus relatos. Gracias.
Abrazo de Rosalia y Oscar.-
Feliz 2017 --- Con salud y trabajo ----
Gracias!
Igualmente este es un post viejo que corregí, aumente y actualicé.
Gracias por sus deseos y un feliz 2017 para ustedes también.
Abrazos.
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