lunes, 4 de octubre de 2010

El subjetivismo al poder

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Por estos días, un nuevo culebrón político (si se lo puede llamar así) inunda los medios gráficos y televisivos de la Argentina. Es el caso del ex guerrillero chileno Galvarino Sergio Apablaza Guerra, hoy radicado en la Argentina y sospechado de haber planeado el asesinato del senador Jaime Guzmán y el secuestro del empresario Cristian Edwards, ambos hechos ocurridos en 1991. El gobierno de Chile pidió su extradición para juzgarlo, pero el nuestro no se la da. Y de esta manera, asistimos a un tira y afloje en el cual, más que las leyes, el Derecho Penal Internacional o lo que opine la Corte Suprema, lo único que prevalece de este lado de la cordillera es un liso y llano subjetivismo infantil. O sea, Cristina y sus muchachos hacen el siguiente razonamiento: “como el acusado tiene nuestra tendencia política y la víctima era del bando opuesto, y encima el señor que nos está reclamando al sospechoso (Piñera) también tiene ideas que mucho no nos copan, entonces no se lo mandamos un carajo”. De más está decir que si el muerto hubiera sido un militante social y el sospechoso un ex represor, este último saldría eyectado rumbo a Chile envuelto para regalo, con dedicatoria y anunciado en acto oficial. ¿O alguien lo pone en duda?

Pero el caso Apablaza no es el único en el cual el gobierno adopta posturas según conveniencias, ideologías o intereses en juego. Ha habido varios. Tal es así que en los últimos años los argentinos nos hemos ido enterando que las tremendas desgracias que nos persiguen son como el colesterol: las hay buenas y malas. Hay corrupción buena y corrupción mala. Hay intolerantes buenos e intolerantes malos. Hay monopolios que molestan y otros que no. Y esta extraña dualidad también se manifiesta con los periodistas mercenarios, los terroristas, los enriquecimientos ilícitos, los intentos destitutivos, los piquetes, las protestas, los contaminantes, los espionajes, las barras bravas y los tan vapuleados -y manoseados- Derechos Humanos. En resumen, parece que la cosa ahora califica por ideología: un estudiante amenazando que se va a llevar puesto a Macri cae simpático pero una copetuda de Barrio Norte golpeando una cacerola es una genocida que merece la horca.

No sé si viene al caso pero recuerdo que una vez estábamos charlando con unos amigos sobre la violencia social y su responsabilidad penal. Es decir, yo planteaba que si con un piquetero salíamos por separado a romper vidrieras seguramente no íbamos a tener la misma condena. Yo me comería unos meses de cana común y el piquetero, en cambio, pasaría a ser un preso político. Doña Hebe y todos los organismos de Derechos Humanos pedirían por su libertad y en cuestión de horas lo soltarían. Yo preguntaba, entonces, cuál era la diferencia entre mi delito y el del piquetero. “Es que vos no entendés nada...”, me atajó uno de mis amigos con tono paternal e insinuando cierta ironía; “...es muy sencillo, mientras estás rompiendo los vidrios tenés que gritar ‘viva Perón’”.

1 comentario:

Leno. dijo...

Jaja Genial! Tomar la UBA es de fanáticos radicalizados zurdos, tomar los secundarios porteños es un canto a la vida "en defensa de la educación pública". El monopolio fibertel es malo, malisimo. El monopolio teléfonica es re buena onda. Macri es malo porque representa la vuelta al menemismo. Scioli y Anibal Fernandez fueron menemistas, pero ahora son gente piola. La famosa hipocresia que le dicen.