Organizar un evento es algo complicado. Y cuando digo evento no me refiero a una cena para 500 personas en la Embajada de Francia o un desfile de modas en Punta del Este (ojalá, al menos se ganaría algo de guita). Estoy hablando de una simple salida de amigos, asado, despedida de año, o fin de semana largo. Es que entre otras cosas hay que elegir el lugar, avisarle a la gente, hacer los números, confirmar asistencias, hacer compras, convencer a los díscolos y soportar disconformidades e informalidades.
En cualquier grupete de amigos, este tipo de tareas va recayendo naturalmente en una o dos personas a las que de aquí en más voy a llamar “los responsables”. Los responsables son los que siempre están, los que no fallan nunca, los más criteriosos, los más organizados y los que tienen buen feeling con todos. El resto se podría dividir en dos grupos: los que se arriman a los responsables aportando ideas (a veces boicoteándolas) pero sin comprometerse demasiado y los que directamente esperan que les llueva el maná del cielo.
TRABAJO INSALUBRE
El rol del responsable es tratar de que todos asistan al evento en cuestión. Tiene que ser un poco seductor, un poco publicista (para promocionar el evento) y también un poquito mentiroso. Y sí, porque algunos invitados condicionan su presencia a la de otros y, para que no decaiga el entusiasmo, el responsable tiene que disimular ausencias o contar como seguros a los eternos indecisos. “Ay ¿no sabés si van Jime y Rodri?”, te pregunta alguna con un preocupante tono de voz que desnuda intenciones. “...Porque al resto no los conozco mucho, ¿viste?”, te lloriquea esta bombacha fruncida. Ojo que a veces se da al revés: está el que no quiere ir porque entre los participantes hay uno al que no digiere ni con un té de yuyos. Y estas situaciones son de alto riesgo, porque una sola deserción es capaz de generar un catastrófico efecto dominó que puede dinamitar la reunión. “¿Tenés idea más o menos cuánto va a salir la cena?”, te pregunta otro que al parecer sólo moverá el culo si los costos le cierran. Hay dos opciones: tomarte el laburito de llamar al lugar y pedir presupuesto o mentirle y después que garpe lo que sea. Es cierto también que la tecnología llegó en auxilio del abnegado responsable. Pensá que antes se organizaban las salidas por teléfono. A fulanito había que llamarlo al trabajo, a menganita sólo la encontrabas de noche... Eran horas y días que se perdían. Hoy por hoy con un SMS o un mail en cadena se soluciona todo. Muchachos, el programa es este y a la mierda.
Y una vez todo abrochado, empiezan a aparecer otros inconvenientes. Porque la modernidad, además de tecnología, trajo también dos palabritas que juntas suenan como una bomba Molotov en los oídos del responsable: “me bajo”. O sea: a donde alguien iba a ir, ahora no va. Me bajo de la cena, me bajo del asado, me bajo de las vacaciones... de lo que se te ocurra. Es fácil y cómodo, al no ser precisamente “los responsables”, tienen libertad absoluta para pegarle el volantazo a sus planes. No tienen que dar explicaciones a nadie más que al organizador, quien aunque se haya levantado con 40 de fiebre tendrá que concurrir igual porque es el que se ocupó de la carne, el pan y las bebida, el carbón, y de pasar a buscar a una prima que vive en Ezpeleta.
Esta suerte de tripulantes que abandonan el barco se pueden clasificar en dos grupos. Por un lado se alistan los “no responsables-responsables”, esos que “se bajan” una semana antes dándote margen de maniobra, y por otro los “no responsables-informales”, esos que te plantan 5 minutos antes porque les cayó mal un yogur descremado, se le inflamó un testículo al gato, o tiene a la nena con fiebre (la temperatura de los niños siempre es inversamente proporcional a las ganas de concurrir a un evento). Por supuesto, la duda sobre la veracidad de la excusa no te la saca nadie, pero eso es harina de otro costal.
MUESTRAS DE INGRATITUD
El esperado evento por fin se lleva a cabo y, palabra va, pedazo de comida viene, comienzan a arreciar las quejas. “Che, ¿no consiguieron vacío?”, va a protestar alguno si la onda viene de asado. “Chicos ¿quién fue el de la idea de reservar en este lugar? No... digo... porque yo conozco un bolichito acá cerca que es más copado. Me hubiesen preguntado...”, chillará otra que jamás movió el orto en su vida pero, eso sí, para cacarear con el resultado puesto está siempre al pie del cañón. “¿No había de otro tono un poco más clarito?”, preguntará desconforme alguien al ver la blusa que le regalaron en conjunto a la cumpleañera y de cuya compra se tuvo que encargar ¿quién sino?: el responsable. “¿Este era el único servicio? Porque por unos pesos más por ahí viajábamos en el coche cama y la comida era mejor”, se quejará un caradura que en su momento eludió encargarse de los pasajes por que no tenía con quién dejar al canario.
CAMBIAR PARA QUE NADA CAMBIE
El controvertido evento llega a su fin y volvés a tu casa con la promesa de no organizar más nada en lo que resta de tu puta existencia. “¡Que de ahora en más se encargue fulanito!”, vociferás caliente a los cuatro vientos. Pero no es tan sencillo, la realidad te va a estampar de jeta contra el famoso dicho “es difícil que el chancho chifle”. Expresado de otra manera: todos van a seguir mirando para otro lado esperando que vuelvas a encargarte vos. Y seguramente lo vas a hacer, porque tu vocación de organizar bien las cosas es tan fuerte como la actitud de los demás de hacer la plancha. Es así, está en tu naturaleza. De todas maneras no te quedes con las ganas de, aunque sea una vez, patear el tablero y rebelarte. Estaría divertido. Sería una buena oportunidad para decirle a tus amigos: “chicos, lamento informarles que ‘Eventos El Gil’ cerró un par de meses por vacaciones”.
1 comentario:
Nooooo.. te habrá parecido...
Serán conocidos tuyos. Yo no conozco a nadie que encaje con estos personajes. El post está hecho en base a testimonios de terceros.
Abrazo.
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