lunes, 24 de octubre de 2011

El pluralismo que se viene

El video que se ve abajo pertenece al informativo del canal de cable oficialista CN23, y el videograph “maradoniano” que aparece un par de veces en pantalla fue puesto al aire apenas se conocieron los primeros resultados de los comicios nacionales de ayer.
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Posibles explicaciones de los “justificadores de todo” (si es que las hay) ante este episodio:

1) Fue una travesura del videografista, che, ¿no se bancan una joda?
2) El videografista fue guiado telepáticamente por Magnetto.
3) La imagen esta trucada con Photoshop, ¿no se dieron cuenta, gorilas de cuarta?
4) Se refería a las jugadoras norteamericanas de básquet.
5) Fue una interferencia de TN armada con “dobles” de los conductores y un decorado similar.
6) Lo escribió EL desde el más allá.
7) Fue un mensaje en clave para la policía que estaba por liberar a una rehén en un asalto en González Catán.
8) Fue obra de la “corpo” mediática. Ah... ¿cómo? ¿CN23 es nuestro? Perdón, je...
9) Estaban promocionando el libro del Toti Pasman.
10) Fue un adelanto del nuevo anuncio presidencial “Sexo para Todos”.

sábado, 22 de octubre de 2011

Animales de costumbres

Hace unos años, mientras caminaba temerariamente entre los autos para trepar a un colectivo que me había “parado” a unos 10 metros de la vereda, me puse a pensar en todos los atropellos diarios de los que somos víctimas quienes vivimos en las grandes urbes. Sobre todo en la caótica ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Y no solo pensaba en los atropellos y maltratos en sí mismos, sino en algo más curioso y sorprendente: cómo nos vamos acostumbrando a convivir con esas tocaditas de culo y las aceptamos mansamente como parte ya del folklore cotidiano. En palabras más civilizadas: aprendimos a legalizar la anormalidad.
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Ya nos acostumbramos a que, después de esperar 150 números para iniciar un trámite, nos reciban con la frasecita mágica “se cayó el sistema”. Y andá a llorar a la iglesia o a defecar a los yuyos, lo que más te guste. El “sistema” es como una entidad superior, como un Dios omnipotente que se toma el palo cuando se le canta el culo sin que nadie tenga derecho a reclamarle nada. ¿O acaso podés cagar a trompadas al “sistema”? No, porque es todo y no es nada a la vez. No existe, no tiene cuerpo, no está.
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Nos acostumbramos a los automovilistas y colectiveros que violan sistemáticamente la luz roja mientras aguardamos para cruzar calles o avenidas. Nuestro instinto de supervivencia, por supuesto, nos hizo generar anticuerpos: apoyamos un pie en el asfalto una vez que se han detenido todos -varios segundos más tarde- y no cuando se enciende el hombrecito blanco del semáforo.
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Nos acostumbramos a los hijos de puta que estacionan obstruyendo rampas para discapacitados o salidas de garajes. Y en realidad nos quejamos de vicio; en lugar de sacar el auto en una simple maniobra lo podemos hacer en 45, ¿cuál es el drama? De paso cañazo practicamos actividad física tratando de mover –sin herniarnos, ojo- ese par de 4x4 que dejaron frenadas y en cambio.
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Nos acostumbramos a ver montañas de basura tiradas en las calles como si fueran un decorado inevitable y a la vez bizarro. Como si le aportaran una extraña identidad a la ciudad, le dieran una cuota de “arrabal”. Y nos acostumbramos también a callarnos frente a quienes la arrojan, por miedo a recibir un botellazo en la cabeza o, con suerte, una estentórea y descalificadora puteada si el ocasional transgresor es un sujeto no demasiado violento.
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Nos acostumbramos a los soretes de los perros como si fueran adornos minimalistas o extraños objetos caídos mágicamente del cielo. Las veredas se han convertido en pistas con obstáculos y ya es algo absolutamente normal que no podamos caminar más de 5 metros sin ensayar un slalom.
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Nos acostumbramos a los impuntuales, sucumbiendo al mito de una supuesta modernidad. Es que está instalado que ser puntual es algo demodé, de viejo choto y cascarrabias. “Llegar a la hora que te citaron es un quemo, no va a haber nadie”, te dicen para justificarse. Y tienen razón: no va a haber nadie porque todos terminan pensando igual. Es un círculo vicioso. Nadie quiere convertirse en el boludo que llega a horario mientras los demás caen a la hora que se les cantan las pelotas.
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Nos acostumbramos a la corrupción porque, según el mensaje que nos bajan desde algunos medios, “corruptos va a haber siempre”. “Roban pero hacen”, recitaban sin que se les cayera la cara los defensores del modelo neoliberal de los ’90. “Roban pero son de izquierda”, es, palabras más, palabras menos, el latiguillo versión 2011. Y tampoco se les cae la cara.
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Nos acostumbramos a la inseguridad porque está visto que no hay voluntad de encarar seriamente el problema. Mientras tanto modificamos horarios, recorridos y hábitos de vida, y gastamos fortunas en alarmas, rejas y vigilancia privada. Hasta desde algunos organismos oficiales nos “enseñan” cómo proceder ante un eventual y grato encuentro con estos señores amigos de lo ajeno.
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Nos acostumbramos resignados a darles un “diezmo” a los trapitos que “velan” por la seguridad de nuestros autos en canchas y recitales. Caso contrario el riesgo es grande: si zafamos de que nos agarren literalmente del cogote, al regresar podemos encontrar las puertas y el capot con más rayas que la camiseta de Los Andes.
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Y nos acostumbramos también a que, por un bochazo, un alumno le cruce la cara de un navajazo a un profesor o pruebe los efectos del fuego en la cabellera de una maestra. “Y... cambiaron los tiempos”, repite todo el mundo, no en tono de lamento -al menos debería serlo- sino de pícara advertencia. Y guay del que se atreva a reclamar un poquito más de respeto, orden y disciplina: será acusado de facho y de querer volver sin escalas al oscuro reino de Videla y Massera.
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A todo lo dicho venimos acostumbrándonos los argentinos y a muchas otras cosas más como la contaminación, los ruidos, las barreras eternamente bajas, las picadas callejeras de autos... Intentar desacostumbrarnos no es tan difícil. En algunos casos depende de nosotros mismos y en otros no, pero para eso está el derecho a la legítima protesta. Solo es cuestión de voluntad, compromiso, sacrificio (ya parezco Scioli) y de hacer causa común, como cuando marchábamos por las calles al grito casi romántico de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. ¿Seremos capaces de lograrlo? No soy muy optimista.

lunes, 17 de octubre de 2011

Aunque usted no lo crea

Lo llamativo del aviso publicitario que figura abajo no es justamente el premio recibido por esta importante obra urbana, que bien merecido lo debe tener; lo verdaderamente insólito es que no la hayan bautizado "Néstor Kirchner". ¿Qué pasó, muchachos nac & pop? Reconozcan que estuvieron lentos acá, ¿eh? Que no decaiga.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Los inventores de la ley de ventaja

Si se confeccionara un ranking de los personajes más detestables que suelen desfilar por nuestra vida cotidiana, sin lugar a dudas el sitial de honor se lo llevarían los ventajeros. Son esos seres que, sin ningún pudor, buscan sacar provecho de cada situación, aun a costa de perjudicar a familiares o amigos. Jamás descansan. Mientras vos dormís o gastás tu tiempo en actividades placenteras y recreativas, ellos están urdiendo planes o dudosas estrategias para pasarte por arriba. Y no son pocas las veces que logran su cometido porque tienen el don de la sorpresa, te agarran desprevenido y con la guardia baja. Su especialidad es el chiquitaje, la pequeña avivada que, precisamente de tan insignificante, siempre deja peor parado a quien se atreve a pararles el carro. Y ésta es la clave del éxito de los personajes que siguen a continuación.
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EL GARRONERO
Uno de los motores, sino el principal, que mueve a los ventajeros es la guita y este especímen es un fiel exponente de ello. Ha llegado a la conclusión de que es posible subsistir tranquilamente sin desembolsar un mango. Su patológica miserabilidad lo eyecta de cabeza a la categoría de enfermo. Exprime al máximo cada una de sus ocasionales relaciones para no abrir la esquiva billetera, así se trate del alquiler de una película, la entrada al teatro, algún trámite municipal o el alimento para el perro. Si algo no llegara a interesarle lo garronea igual porque para eso se inventó el tráfico de favores: ese DVD con los goles del Banfield Campeón 2009 se lo regalará al portero hincha del Taladro, y de esa forma logrará que le arregle el calefón y le destape el inodoro gratarola. Un maestro.
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EL GARRONERO LIGHT
Sub-especie más inofensiva. No jode tanto el ventajeo en sí sino el caos que provoca para lograrlo. Durante el verano se lo puede ver hostigando a promotoras a la pesca de una muestra pedorra de bronceador, la degustación de una nueva línea de jugos o una visera con el logo de una marca de profilácticos. Se anota en todas las clases playeras de step y termina en alguna guardia de traumatología o, en el peor de los casos, en una unidad coronaria. En alguna época no tan remota solía pasar varias veces frente a los puestos de Gándara y Villa del Sur de la ruta 2 para llevarse como trofeo un yogur o una botella de agua mineral. Consumido el producto, como buen representante del medio pelo argento diseminaba los desechos por toda la banquina. Durante el resto del año, este oportunista profesional no se pierde una sola inauguración de plástica o fotografía, en las que ya sabe que nunca va a faltar el morfi ni el chupi(1).

EL COCODRILO DUNDEE
Personaje que entra a tallar a la hora de levantar una consumición grupal de escaso monto. La inaccesibilidad de su billetera es directamente proporcional a la cifra que le toca abonar. Siempre pero siempre este elemento va a estar en el fondo de una enorme y desordenada mochila, en el auto que quedó estacionado como a 10 cuadras o directamente olvidada en la casa. En el raro caso de tenerla a mano, la misma estará intencionalmente habitada por un solitario papel de 100 pesos que, obviamente, será demasiado grande para saldar un mísero café con dos medialunas. “Qué cagada, no tengo más chico. ¿Alguien me banca?”, exclamará fingiendo preocupación. Hacé la prueba: relojeá con disimulo el número de serie que figura arriba de la jeta de Roca y vas a descubrir sorprendido que es el mismo billete que amaga sacar siempre. Es más, lo debe tener atado con una delgadísima tanza de nylon.

EL SUBSIDIADO
Pariente cercano del anterior. Beneficiado por la practicidad del sistema de pago “a la romana”, se clava un lomo de ciervo colorado con salsa de arándanos que termina saliéndole como unos fideos con manteca y aceite. Se chupa él solo un Embrujo Patagónico Tempranillo cosecha 2002 de 150 mangos y finalmente garpa la tacuen como si hubiese empujado la comida con agua de la canilla. Ante tu airada protesta, intenta trabajarte la moral y la culpa apelando a su frase de cabecera: "No me digas que vas a hacer quilombo por XX pesos de mierda". "Y si son tan de mierda explicame por qué carajo no los ponés vos", hay que contestarle para invertir su argumento falaz y perverso.
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EL ACOMODATICIO
Rey de la subjetividad y cultor del doble standard. Defiende o ataca una misma postura según lo que le conviene en ese momento. No resiste un archivo. Se hace bien el boludo si una situación irregular lo favorece, pero cuando lo perjudica ahí se acuerda de aplicar desesperadamente el reglamento. Como comerciante defenestra los productos de otros y tiempo más tarde los elogia si el que los vende es él. Ante un tira y afloje por guita, solo reclama airadamente si la que sale perdiendo es su billetera. Si se da a la inversa, utiliza el mismo argumento ambivalente y perverso del subsidiado: “No puedo creer que seas capaz de reclamarme esta miseria”, te reprochará con tono dramático.

EL MANIPULADOR
Diría que es el más peligroso. Nunca va al grano e intenta obtener información tuya preguntándote las cosas indirectamente o mediante largos rodeos. Él, en cambio, jamás cuenta nada de nada. Te obliga a estar las 24 horas en estado de alerta porque es invasivo y no se le cae la cara para pedirte quinientas veces la misma “gauchadita”. Busca modificar tus planes para su propio beneficio o intenta convencerte de hacer algo que solo le conviene a él. Le decís que no podés prestarle el auto porque justo ese día tenés un asado y te contesta "mirá que escuché por ahí que para mañana está pronosticado lluvia, ¿eh?". Le aclarás que no podés quedarte a cubrirlo en el laburo porque vas al súper a aprovechar unas ofertas y te retruca "tenés tiempo, ¿eh?; leí que es hasta fin de mes y además me dijeron que corren para dos o tres productos nada más".

EL ESCONDEDOR
Es asiduo practicante de la teoría del sapo hervido(2). Falsea cifras y no blanquea sus intenciones de entrada para evitar que lo saques cagando. Traducido al criollo: te la va metiendo de a poquito para que no lo adviertas ni te duela demasiado. Te ruega que lo aguantes "5 minutitos" y aparece a los 45. Te pide que lo alcances con el auto "acá a un par de cuadritas" y te hace manejar hasta la puerta de su casa. Te manguea unos pesitos “por unos días” y, con tus billetes ya en mano, a las dos semanas te avisa que cuando se le destrabe la herencia de la abuela te devuelve “una parte”.
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EL FALSO
Personaje también peligroso y extremadamente retorcido. Actúa que no le interesa algún objeto que está en disputa cuando en realidad se muere por cepillártelo. Tené cuidado, su verdadero objetivo es hacer que bajes la guardia al suponer –erróneamente- que él se retiró de esa eventual competencia. A la larga termina resultando patético porque esa impostura se le nota de acá a la China. De todas maneras no dejes las cosas ahí. Como él cree que su estrategia es secreta, hacelo reventar en silencio confesándole que los que obran de esa forma te parecen unos reverendos hijos de puta.
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Estimados seguidores de este blog: ¿Conocen a algún ventajero más?
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(1) Cuando se inauguró mi muestra de fotografías de la Patagonia en el Centro Cultural Borges, aparecieron 2 o 3 personajes desconocidos que pasaban varias veces frente a las obras para terminar el circuito en la mesa donde se servía una copa de vino.
(2) Basada en un experimento que consiste en tirar primero un sapo vivo en una olla con agua hirviendo y luego en una con agua tibia a la que se le irá aumentando la temperatura de a poco. En el primer caso el sapo escapará aterrorizado; en el segundo, el animal será incapaz de advertir los cambios y finalmente morirá cocinado.